lunes, 18 de junio de 2018

Un hombre afortunado - K. Marce


Llevaba un hacha en la mano, mientras seguía a dos hombres que iban adelante. Caminaban sobre los escombros de lo que hacía un par de horas había sido una callejuela, ahora la ceniza cubría todo el lugar. La mascarilla podría filtrar las partículas grandes, pero el hedor era horrendo. No sabía distinguirlo muy bien, una mezcla entre el típico aroma de la madera quemada y un olor ácido, arenoso, putrefacto del azufre. Los que caminaban al frente, se cubrían la cabeza, nariz y boca con camisas prestadas, solo se veían sus ojos cubiertos de ese fino polvo grisáceo. Ellos eran locales, y guiaban al grupo de siete bomberos a una vivienda en donde sabían que toda una familia soterrada por el humo piroclástico que aquél furioso volcán había expulsado a media mañana de ese día. Un domingo en donde todos estaban en casa, preparándose para las visitas del fin de semana, o saliendo a la misa mañanera.
Caminar era dificultoso, el calor se percibía en el suelo, en el aire, y pese a que era temprano, el cielo estaba oscuro y opaco. Las linternas de los cascos, alumbraban por donde pisaban, que no era sino los techos, porque las cenizas seguían calientes, cubriendo como si fuera nieve de invierno, acumulada en montículos impenetrables.
El silencio era interrumpido por el crujir bajo sus pies, el rebote de los pasos en las láminas de aluminio y los fragmentos que se rompían bajo el peso. Aunque esa misma ausencia de voces, clamando auxilio, era desconsolador. Transcurrieron quince horas de la tragedia cuando los cuerpos de socorro arribaron a la denominada "Zona Cero". Para Fabio, que seguía de cerca de los aldeanos, era su primer año como bombero voluntario. Su experiencia se basaba en apagar conatos de incendio en los bosques alrededor de la ciudad. Unos meses atrás, durante un incendio, los vientos cambiaron de rumbo avivando un fuego que pensaron extinto, cinco de sus compañeros, fueron arrinconados por las llamas, muriendo uno en la escena y cuatro gravemente heridos. Había permanecido en la retaguardia, y junto con otros lograron escapar de las abrazadoras flamas.

Este era otro tipo de trabajo, no era prevención o control, sino uno de búsqueda y rescate. Sus mayores logros habían sido bajar a un gato de un poste de luz, auxiliar un parto en una acera de un populoso bulevar y sacar a un borracho de un río. Así que a cada paso, debía recordar todo lo enseñado y practicado, se mentalizaba que deberían rescatar a esa familia, o al menos, recuperar los cuerpos.
Los aldeanos se detuvieron al borde de un techo, observando que no podían avanzar, discutieron si estaban en el lugar correcto ya que lucía muy diferente a cómo lo recordaban. El jovencito estaba seguro que la propiedad de sus padres estaba cuatro casas adelante. Por donde avanzaron no daba para un paso más, una brecha enorme los separaba del siguiente domicilio. Los hombres buscaron algo que les fuera de utilidad, las ramas caídas o los pedazos de madera utilizadas no fueron suficientes para alcanzar ni siquiera el muro.
El radio del líder advirtió una nueva actividad volcánica, por lo que se les dio orden de abandonar de inmediato la zona. El joven al escuchar tal sentencia, comenzó a dar voces, llamando a sus familiares, con la esperanza de ser escuchado y que aquellos también se dieran a conocer; moviendo la urgencia de sacarlos pese a la advertencia. Su compañero lo tomó del brazo, cuando la alarma se escuchó a distancia. Ese ulular que le hizo negarse a moverse. Los hombres no sabían que hacer, estaban demasiado expuestos para soportar una nueva ráfaga piroclástica. Lo sensato era regresar.

Otras diez horas los separaba de acceder a aquella zona, en donde existía la posibilidad de encontrar personas con vida, por lo que nuevamente emprendieron camino. El joven aldeano iba siempre al frente, no parecía ni cansado, ni desvelado, había una fuerza interna en él. Esta vez llegaron con mayor prontitud, sabían que el camino sobre los tejados era seguro. Cargaron una escalera que les serviría de puente para cruzar dónde antes no pudieron.
El joven corrió al ver la callejuela donde creció, guardando alguna esperanza. Los bomberos lo hicieron a un lado para poder romper la puerta cerrada y tener acceso a la vivienda. Adentro únicamente silencio. Las linternas alumbraban lo que parecía ser una cueva, esa maloliente fetidez seguía presente, con aquella ceniza que lo cubría todo. No existía otro color sino el gris. El joven se hizo paso entre los hombres, buscando a su familia. Las habitaciones también cerradas, arrojaron el peor de los escenarios. Todos ellos yacían muertos en las esquinas, acurrucadas bajo las sábanas. Una mujer anciana estaba en una silla mecedora, con una toalla sobre su cabeza. El joven dijo que era su bisabuela. Comenzó a nombrarlos a todos, a su abuelo, a sus padres, a sus hermanos y pequeños sobrinos. Un total de doce miembros.
El bombero voluntario se conmovió de tal escena, jamás había visto semejante cosa. Sorprendido de la fortaleza de aquel joven que con cuidado tocó la mano inerte de su madre sin una lágrima. Se volvió y quitó a la pequeña bebé escondida en el regazo de su cuñada. La envolvió para llevársela. Era momento de retirar los cuerpos.
Siendo nueve hombres, decidieron sacar a los niños primero, que faltaban cuatro por retirar. Improvisaron hamacas con las sábanas para retirar a dos adultos. Ahora debían hacer otra ruta de regreso, sería difícil salir por los techos. El material de cenizas y lava en las calles seguía caliente, por lo que hacían camino con lo que encontraban, un portón, una teja, una madera o una piedra. A medio camino, un perro blanco manchado comenzó a ladrar, el joven aldeano le silbó por lo que el perro se movió hacía una casa, rascando con vehemencia la entrada. El jovencito se acercó, cargando en un brazo a su sobrinita, y abrió la puerta. Los otros bomberos le llamaron para que no entrara solo, a los pocos momentos él salió con un segundo bebé en los brazos, era una niña que encontró con la ayuda del perro, escondida en un clóset, estaba viva. Así salieron todos, buscando la salida hasta el grupo de ambulancias, el perro se vino con ellos, como si supiera que ya no tenía nada que hacer.

Las cámaras de los reporteros se abalanzaron sobre ellos, preguntando estupideces o guardando respeto. El joven que cargaba a los bebés dijo que creía que nadie de su familia había sobrevivido, eran treinta y siete los que vivían en esa zona. La niña "Milagros" fue llevada a los paramédicos, mientras el perro movía la cola siguiéndola. Fabio dejó el cuerpo que cargaba con otros compañeros; mientras se quitó por fin la máscara. Las lágrimas comenzaron a rodarle por sus mejillas cenizas, pensando en aquél joven que lo había perdido todo; pensó en sus propios padres, su joven esposa. Pero en ese momento, no se sintió un hombre afortunado.

***
Homenaje a los grupos de socorro del mundo y a las víctimas de la tragedia del Volcán de Fuego, ocurrida en Guatemala, el domingo 3 de junio, 2018.
Donaciones: Cuenta # 3033699352 de Banrural a nombre de Cruz Roja Guatemalteca, Código Swift/IBAN GT03 BRRL 0101 0000 0030 3369 9352

EL HOMBRE AFORTUNADO - JACH


Llevaba un hacha en la mano porque su padre le había dicho que era la mejor herramienta para cortar las raíces externas de la higuera. Sebastián era muy de hacer caso a los consejos, sobre todo si el autor de éstos ya había fallecido. Era como si la muerte le otorgara inmediatamente la razón a las personas, y no hacer caso de lo que dijeron en vida fuera una falta de respeto capaz hasta de perturbar aquello del descanso eterno. Por eso Sebastián tenía costumbres como no mezclar lácteos con cítricos o no taparse la nariz al estornudar, entre muchos otros hábitos que respondían al arsenal de consejos dejado por sus mayores.

A él le parecía que un cuchillo podría ser mejor instrumento para la labor que se disponía a hacer en esa tarde de mayo, mes en el que las raíces de la higuera cobraban fuerza por la lluvia y salían de la tierra, dificultando el único camino de entrada a la finca familiar.

«Lo que tendría que hacer es dejarlas crecer y así no podrían entrar en el patio los estúpidos niños de los González», pensó Sebastián mientras cruzaba el jardín. Pero ahí estaba el poderoso consejo dejado por la bisabuela, quien decía que había que mantener el camino de entrada totalmente despejado de maleza y que los González, familia honrada y de confianza, era bienvenida en todo momento.

«Un día me voy a equivocar y en vez de dar un hachazo a la maleza se lo daré al pie de Miguelito», pensó de nuevo Sebastián. En el camino desde la puerta de la casa hasta el portón de la finca se iban intercalando en su mente macabros pensamientos y apaciguantes mandatos.

Al llegar al pie del árbol, Sebastián se puso a talar la fastidiosa maraña de raíces que sobresalían de la tierra y que eran trampas mortales para cualquiera que se dispusiera a caminar por el terreno.
—Hola, Sebas—Sonó una voz femenina a la derecha del portón—. Era Lucía González, la hija mayor de la familia vecina. Una muchacha de poco más de veinte años con una delicadeza y educación poco comunes en alguien criado en el campo. —Hola— Dijo Sebastián, sin saber si la falta de aliento era por el esfuerzo físico o por la congoja que le producía estar cerca de aquella mujer.
—Nunca fallas, cada mayo dejas esto como la entrada a un palacio—Dijo en tono amable la muchacha—.
—Sí. Mi padre lo hacía siempre; a mí también me gusta, me relaja cortar—Respondió Sebastián en todo resignado—.
—Qué afortunado tu padre, todavía siguen manteniendo las cosas como a él le gustaban—Agregó Lucía mientras se disponía a seguir su camino—.

En ese momento Sebastián supo que estaba atrapado, sonrió levemente esperando que Lucía no notara nada. Su pie había entrado entre dos gruesas raíces y para sacarlo debía ponerse a maniobrar, o también podía dar una hachazo certero y librarse más rápido de aquello, pero debía tener buena puntería.
La muchacha llevaba prisa así que se despidió dulcemente con un gesto de mano y siguió su camino, y menos mal, porque de haberse quedado un poco más habría notado el hastío que aquella labor le producía a aquel hombre.

Sebastián se quedó abstraído por unos momentos, mientras miraba su pie enganchado y aún sin la disposición necesaria para zafarse de ahí, pensaba absorto en lo que le acababa de decir Lucía.
«¿Cómo puede ser afortunado un hombre que está muerto? ¿De qué le sirve ahora esto?»
Soltó el hacha y se dispuso a sacar el pie con un par de movimientos, lo iba a necesitar para ir detrás de Lucía, lo demás podía esperar.

"El hombre afortunado" - Ceyla Ramos


Llevaba un hacha en la mano y se paseaba con ella de un lado a otro. Su cuerpo esbelto y su bella figura contrastaban con la vieja y oxidada hacha de mango corto que cargaba como si fuera su bien más preciado.

—¿Esto les gusta? —preguntó levantando la afilada hacha hacia los tres hombres encadenados—. ¿O prefieren que sea rápido y sin dolor?

Nos hablaba como si fuera a tomar en consideración alguna de nuestras respuestas, cuando en realidad sabíamos que era una psicópata que se divertía con esas pequeñas conversaciones en las que fingía ser nuestra amiga.

Era nuestro tercer día en ese infierno. En medio del cansancio y del intenso dolor corporal, mi mente trataba de entender cómo una mujer tan joven, tan bella y tan, aparentemente, frágil había podido someter y torturar a tres hombres adultos, más fuertes y corpulentos que ella. Por más que lo habíamos intentado, nuestras fuerzas no habían sido suficientes para escapar de su crueldad durante tres largos días.

—Sí, mejor lo hacemos más fácil. —La mujer soltó el hacha, se amarró el cabello en una cola, y mirándonos con una sonrisa, tomó el revólver que estaba en la mesa frente a nosotros. —Ya me estoy cansando de tanta sangre.

Miré a mis compañeros y, al igual que yo, parecían vencidos. Sus rostros estaban desfigurados por los golpes. Supuse que yo debía verme igual, porque la cara me dolía, me ardía y la sangre palpitaba con fuerza en cada una de las heridas de mi cuerpo, aumentando mi dolor.

Estábamos desnudos, sedientos y sin fuerzas. Ella había tomado todas las precauciones para evitar que muriéramos. Al principio, lo agradecí. Pero ahora, prefería estar muerto.

—Tal cómo se los había prometido, hoy terminaremos con esto. —De un brinco, se sentó en la mesa, apoyó sus manos en el borde y, mientras hablaba, balanceaba sus piernas en el aire, lo que le daba un aspecto infantil que no concordaba con las circunstancias. —La buena noticia es que uno de ustedes vivirá.

¿Era una buena noticia vivir y estar a solas con ella?

—La mala noticia es que aún no decido quién será el afortunado. En esto van a tener que ayudarme. —La sonrisa que salió de su rostro me produjo un escalofrío. —¿Quién de ustedes debe vivir? ¿Cuál de estos tres asquerosos violadores de mujeres merece vivir?

El odio en sus palabras hizo que mi intuición se activara. Más que un final, este era el inicio de otro de sus juegos.

—¡Si vas a matarnos, hazlo de una vez! ¡Maldita perr… —Un disparo en la entrepierna interrumpió las palabras del más joven de los tres.

Sin inmutarse, la mujer había levantado el arma y, con una increíble puntería, destruyó el instrumento que había infligido dolor a muchas chicas en el pasado. 

El joven lloraba y gritaba. Gritaba desgarrándose la garganta. Y sus gritos sólo servían para martirizar a los borregos que esperábamos en fila nuestro turno.

—Ay, ya deja de llorar. —Un tiro en la cabeza del joven silenció los gritos.

Atónito, miré el cadáver y un gran anhelo por vivir afloró en mi interior.

—Bueno, continuemos. ¿Por qué alguno de ustedes merece vivir? —Los dos guardamos silencio. —Por favor, no tengo todo el día —insistió ella.

—Ya no me importa lo que pase conmigo… —dijo el hombre a mi derecha. Estaba derrotado. Lloraba con la cabeza hundida en el cuello. Tenía los ojos cerrados con fuerza, como esperando que su castigo llegara en cualquier momento.

—¿Y qué hay de ti? —dijo ella dirigiéndose a mí.

La miré tratando de encontrar en sus ojos algo de piedad, pero en ellos no había ningún tipo de benevolencia.

—Te juro que no lo volveré a hacer —dije con un hilo de voz, temiendo que mis palabras terminaran causándome más daño que beneficio.
—¿Estás seguro? —preguntó ella levantando una ceja.
—Sí. Nunca más tocaré a una mujer si ella no lo quiere.
—¿Y por qué tengo que creerte?
—Porque es la verdad. Después de esto, jamás veré a las mujeres como solía hacerlo.

Durante mi vida, le había prometido mil veces a Dios que no volvería a violar a una mujer, pero le había fallado cada vez. Pero ahora estaba seguro de que lo cumpliría porque, después de tres días en sus manos, una mujer me había cambiado.

—Mmm… —dijo con sus ojos puestos en mí, pero con su mente ocupada en otras cosas —. ¿Estás dispuesto a soportar una vida sin satisfacer tus sucios deseos? ¿Estás dispuesto a renunciar a todo eso?
—Sí. —dije sin titubear.
—Ok, me has convencido.

Con un disparo a sangre fría terminó con la vida del hombre que estaba a mi lado, que se fue de este mundo sin volver a abrir los ojos. 

La mujer se acercó a mí, me desató y a empujones me subió en la mesa. Me obligó a acostarme sobre mi costado, y cuando estuve en la posición “adecuada”, volvió a encadenarme.

El miedo me sobrepasó, las lágrimas salían de mis ojos sin control y mis sollozos suplantaron el llanto de mis compañeros.

—No llores, cariño. —La mujer se paró a mi lado y me acarició la cabeza con ternura. —Ya casi terminamos.

Con determinación, levantó el hacha y la dejó caer sobre mí. Un paralizante dolor me partió por la mitad y la inconsciencia llegó como una salvadora.



Horas –o días– después, desperté en la habitación de un hospital. Cuando tuve fuerzas, los doctores me explicaron la situación. 

Lloré. Lloré como un niño pequeño durante horas. Lloré por todo lo que había hecho, por lo que ella me había hecho y por lo que me esperaba de ahora en adelante.

—No llores, cariño —me dijo una enfermera, y esa frase me erizó la piel —. Eres un hombre afortunado. Si no fuera por esa llamada anónima, estarías muerto.

¿Afortunado? ¿Lo era? 

Sí, era afortunado porque por primera vez cumpliría mi palabra. Ella se había asegurado de que así fuera. Era afortunado porque ahora, convertido en un eunuco, por fin dejaría de ser el monstruo que era.

El hombre afortunado - Menta


«Llevaba un hacha en la mano y con violenta maestría la dirigió contra el rostro de su enemigo, que tras la contusión, giró sobre los pies, escupió un trozo de diente mezclado entre salivas sanguinolentas y cayó inconsciente al suelo…»

Todavía esta escena se desarrolla en mi mente de una forma tan vívida que tengo la necesidad de contarla ahora. Empezaré por el principio:

Aunque todos los días pasaba por delante de la puerta del museo nunca se me había ocurrido traspasar sus puertas. Aquel día fue diferente, estaba de buen humor y decidida a renovar mis inquietudes culturales, porque me acababa de jubilar y no quería caer en una depresión. 

Entré con decisión, pero me quedé paralizada ante la fealdad de la señorita que estaba en la taquilla. Sus facciones eran idénticas a las de una mujer de Cromañón y pensé: «¡Pobrecilla!, la han disfrazado para ambientar aún más la exposición!». La miré con curiosidad para descubrir si llevaba puesta una careta como Zira la doctora chimpancé de la película "El Planeta de los Simios", pero no llevaba careta ni maquillaje; era su auténtica cara. Recordé que había conocido personas que se le parecían, sin ir más lejos una compañera de trabajo.

Me dio la entrada y me indicó que la exposición sobre la evolución humana seguía un orden cronológico: empezaba en la planta baja con la Prehistoria y terminaba en la cuarta, con la Era actual.

Descendí por una rampa y llegué al distribuidor de la planta baja. Caminé por un amplio pasillo blanco; las paredes, el techo, todo era blanco menos una cortina negra que ocultaba una puerta. Me paré enfrente de ella y leí en un cartel: SIMA DE LOS HUESOS. Entré. Era una estancia cerrada, con piezas fósiles que parecían flotar en el centro de unos expositores. Todo era negro y sobre el fondo oscuro, las piezas de los fósiles destacaban gracias a los focos. 

Lo primero que vi fue una pelvis que había pertenecido a un hombre alto y corpulento de hacía unos 500.000 años. No sé qué es lo que me impresionó, el grosor de los huesos, el tamaño, o mi imaginación que llenó de vida estos huesos con una fuerte virilidad y potencia. Pero el caso es que se me aflojaron las piernas y me entraron ganas de llorar, pero me contuve.

Giré 90 grados para ver el cráneo que con ojos inexistentes sentía que me miraba la nuca. Era el Cráneo nº 5. A su lado giraba un hacha de doble hoja de color rojo. La flojera fue total y me desmayé. Fue en el suelo cuando vi como en un sueño la escena que relaté al principio. 

Noté una mano sobre mi cara y recuperé el sentido.
—Usted es muy sensible y nos puede ayudar mucho. ¿Querría colaborar con nosotros unas horas cada día?
Y ahora soy voluntaria del museo. Lo único que me molesta es la careta que me obligan a llevar.

El hombre afortunado - Kangre Ja

Llevaba una hacha en la mano. Una de esas que recuerdan la leña. Las camisas de cuadros acogedores. Una hacha de las que no dan miedo sino paz. De las que no producen frío sino ternura. De las que invitan a la mesa recién puesta, y huelen al pan en el horno, a la tarde cayendo en el horizonte.
Una de esas hachas que construyen hogares y rompen cobardías.

Él era un Hombre Afortunado. Él lo sentía. Había nacido con un sólo brazo, y eso no lo había limitado en la búsqueda de lo que le pertenecía. A veces, cuanto necesitamos es saber cuál es la virtud que nos hace querer volar. Cuál es la luciérnaga que nos invita a brillar. Él sabía que la suya era cortar y soltar para que la vida fuera. Podar y regar para que la belleza ocurriese. Con su único brazo y su hacha color plata se entregaba a la tarea de encontrar vida donde las grandes madereras sólo dejaban muerte, sobras.
Creaba figuras inimaginables allí donde otros sólo veían residuos inertes.

El hombre afortunado de la hacha plateada había nacido con un peculiar don. Uno que nadie más tenía en aquella isla. En Ferreira, había sido un niño feliz. Nunca extrañó su otro brazo. Corrió descalzo, aprendió la vida a través de lo que sí tenía y conoció el Amor con el corazón que si entregaba. Con el hacha que si creaba.
El niño afortunado que se convirtió en Hombre Afortunado no siempre lo fue.

En su adolescencia sintió miedo como hemos sentido muchos, en su edad adulta rabia, como otros continuamos sintiendo, pero a sus 35 descubrió la alegría de su don.
Sucede a menudo que aquello que más odiamos se convierte en nuestro gran aliado. Nuestras miserias más cotidianas, se vuelven así nuestras mejores armas, y un día por fin damos con valentía el salto hacia la reconciliación con lo que somos.
Tener barba a una temprana edad, suele ser símbolo de alegría para muchos chicos. De bienvenida a la masculinidad. De fortalecimiento de las seguridades. Pero no es tan afortunado el triunfo cuando es una chica la que experimenta ese bello vello repentino. Durante mucho tiempo El Hombre Afortunado ocultó que era una mujer afortunada. Que los estereotipos le habían lanzado hacia un rincón que no sentía propio, que la esfera pública le obligaba a ocultar la real para lo privado. 

Un perfecto amanecer en aquel lejano rincón de las Azores, el Hombre Afortunado conoció a Tiago. Viajero con mirada feliz, y sonrisa fácil, uno con cámara en mano y mucho tiempo en los bolsillos. Una de esas personas con las que quisieras envejecer tomando cafés infinitos e imaginando mundos.

Mientras El Hombre Afortunado le daba vida a un nuevo tronco, el viajero con tiempo se quedaba embelesado con lo que sus ojos veían. Tiago fue la primer persona que le miro a los ojos y le habló de su barba de girasoles. Estaba maravillado. ¿Cómo podía alguien intentar ocultar aquella peculiar belleza?

-Me encanta tu barba de girasoles, le dijo mientras le veía darle vida a la opaca madera. 

Elizama se tornó roja y salió corriendo del faro, todo su cuerpo sintió una corriente instantánea que le subía desde su rodilla izquierda hasta el cerebro. Corrió en busca del espejo más cercano, y se sintió torpe, el pañuelo se le había aflojado y unos pequeños girasoles le salían por la mejilla derecha. ¿Qué haría ahora? ¿Cómo solventaría esta situación? Tenía que correr y hablar con aquel hombre, ¿qué le diría? ¿y si se enteraban los demás?, se puso el pañuelo con soltura y corrió en busca de Tiago. Lo encontró entre las piedras del acantilado donde las olas del mar golpean con fuerza para enfriar el agua cálida que nace de esta maravilla de la naturaleza.
Se acercó con decisión y le dijo con fuerza en la mirada:
- Este es mi secreto. Y tú vas a permitir que continue así ¿verdad? 
Tiago se sobresaltó al ver a Elizama con un aire de enfado. La invitó a sentarse y le dijo: 
-Tú puedes tener todos los secretos que quieras. No seré yo quien los revele. Pero hay algo que no se puede ocultar por más que insistamos en ello. 

-No podemos esconder la fuerza con que brota la vida en nosotros.

Elizama se tranquilizo temporalmente y sintió que aquellas palabras le aliviaban.
Compartieron el atardecer entre cuerdas y risas, rocas y mar. En la soledad del océano Elizama fue por primera vez ella con su barba de girasoles y su brazo color vida. 

Mantuvieron ese ritual durante todo el verano. Cuando no quedaba nadie en la terma, se sumergían en los túneles de agua templada. Entre cuerdas y carcajadas se entregaban a la vida que se regala sin prisas, al tesoro de sentirse felices sabiéndolo. Tiago le hablaba de sus viajes como fotógrafo de una prestigiosa revista “La belleza de lo humano”, le contaba de los indios Tarahumara en México, los seres más veloces del planeta que lo eran porque sabían vivir el presente. De las mujeres jirafa en Tailandia, y su concepción de la belleza, de la mezcla de colores en los Fiordos Noruegos y cientos de lugares más.
Poco a poco entre risas e historias El hombre Afortunado desbloqueo para siempre a La Mujer Afortunada que habitaba en ella. Su hacha descansó de buscar la belleza en los restos, en los otros y empezó a encontrarla en Ella.
El verano finalizó con aires renovados para ambos, Tiago continuó sus viajes y Elizama sintió que el significado de su nombre le pertenecía por fín: Mujer Feliz. 

El otoño trajo definitivamente a Elizama, la Mujer Feliz y afortunada a la vida. Solo entonces a sus creaciones también le nacieron alas. Aprendió que ocultar la belleza de quienes somos es el más absurdo de los miedos. Uno que no nos deja transitar la única misión que tenemos. Conocernos. Soltó su miedo a ser. Cortó con amor sus girasoles para que florecieran de nuevo. Y con coraje se dedicó no solo a ser quien era sino a hacer lo que había venido a ser.

KANGREJA


El hombre afortunado - Gina Loyola


Aún llevaba el hacha en la mano cuando llegaron los equipos de rescate. Había una conmoción general en la pequeña privada, y es que no era para menos; en el pueblo había pocas novedades, así que cuando se solicitaban los servicios de la policía, los bomberos y los paramédicos, todos los vecinos salían a ver qué había ocurrido.
Doña Licha no dejaba de llorar y decir que había sido su culpa, don Chucho la consolaba mientras los paramédicos intentaban remover las ramas para poder llegar al cuerpo ensangrentado del joven que yacía inerte bajo el peso del árbol muerto. 
Ya habían pasado cerca de dos horas desde que se dio aviso a las autoridades y las cámaras de la televisora local ya invadían el frente de la casa. Era una cacofonía de sirenas, llantos, gritos de reporteros que buscaban entrevistar a los presentes y los agentes de tránsito que hacían esfuerzos desesperados por poner orden.
Alguien gritó – Abran paso a la ambulancia – y el silencio inundó el lugar. Con la ayuda de los bomberos finalmente lograron acercarse al joven, todos estaban atentos a la cara de los paramédicos quienes examinaban el cuerpo con cuidado. Finalmente, uno de ellos exclamó, – sus signos vitales son débiles, pero ¡está vivo! – Los aplausos no se hicieron esperar y la algarabía regresó a la privada. Ahora doña Licha no dejaba de llorar y de dar gracias a Dios por el milagro.
Ya en el hospital el hombre había recuperado el sentido, pero no lograba recordar quien era o que había pasado. Los médicos le aseguraban que recuperaría la memoria, que solo era cosa de tiempo, por el momento lo importante era reponerse del trauma y vigilar que su salud fuera estable.
Estando en cama sin mucho que hacer y sin recordar quien era, se puso a pensar que en realidad era un hombre muy afortunado. No solo por haber sobrevivido, con solo un par de huesos rotos, la caída y el peso del árbol, sino principalmente por la cantidad de muestras de cariño y amistad que le demostraban sus vecinos, amigos e incluso extraños. Gracias a la cobertura televisiva del accidente, ¡ahora era una celebridad!
Todos los días venían doña Licha y don Chucho a ver como seguía, las paredes del cuarto estaban llenas de las tarjetas que le llegaban a diario de viejos amigos que gracias a las noticas habían vuelto a saber de él, de niños que lo consideraban un héroe, hasta de alguna novia pasada que aún lo recordaba con cariño.
Ya le urgía regresar a su casa, pues estaba seguro que una vez ahí recordaría quien era. Finalmente fue dado de alta del hospital, Doña Licha fue quien lo llevó de regreso a su casa. Durante el trayecto le contó lo que había pasado la mañana del accidente. Una rama del gran sauce que se encontraba entre las dos casas, se había caído sobre el techo de doña Licha, y Don Chucho insistía en subirse a cortar la rama para evitar que dañara la casa. Doña Licha no se lo permitió y en cambio fue a tocarle insistentemente a él para que le ayudara. Con el hacha en la mano, él subió al árbol con facilidad, pero una vez arriba, se escuchó un crujido estremecedor y el árbol se cayó completamente arrojándolo con tal fuerza que todos pensaron que se había matado.
Cuando llegaron a la privada, los bomberos ya habían removido el sauce, y sólo quedaba un boquete donde antes estuvo el árbol. 
Le agradeció a Doña Licha y aún confundido y con una sensación extraña en el estómago abrió la puerta de su casa. Recorrió lentamente cada una de las habitaciones viendo las fotos, los libros, sin embargo, nada le hacía recordar. La ansiedad crecía entre más se acercaba a la cocina, presentía que ahí estaba la respuesta. En cuanto entró la sangre se le heló, soló bastó con ver la nota que estaba sobre la mesa para que el torrente de recuerdos se le agolparan en la mente. 
Le temblaron las piernas, lentamente se sentó y vio como pasaban delante de él los eventos que lo habían llevado a escribir esa nota. 
Si no hubiera sido por la insistencia de Doña Licha que le interrumpió, la conmoción en la privada hubiera sido por que lo habrían encontrado sin vida en su cocina después de decidir que su vida no tenía sentido, y no valía la pena seguir viviendo en esa soledad que le atenazaba el alma. ¡Que equivocado estaba! este accidente le había abierto los ojos y se dio cuenta que él había sido quien se había aislado del mundo. En silencio dio gracias por la oportunidad de seguir con vida y guardó la nota en su cartera como un recordatorio de que en verdad era un hombre afortunado.

El hombre afortunado - José Luis


Llevaba un hacha en la mano, pero en realidad no estaba dispuesto a usarla. La transportaba consigo como algo accesorio, como si fuera una parte más de su uniforme de vigilante del hotel Fairview, porque a falta de un arma más poderosa, aquella herramienta era lo único que lo hacía sentirse protegido cuando llevaba a cabo la ronda nocturna. Como era el único vigilante del hotel, se sentía un poco solo e inseguro, y encima aquella misma mañana el último de los huéspedes se había marchado. Para colmo, el recepcionista del horario nocturno estaba enfermo, y por eso también tuvo que estar atento a sus actividades, aunque fueran poca carga. Todo lo más se trataba de atender las llamadas telefónicas, y eso era sencillo.

Pero aquello muy pronto se terminaría. De hecho, se trataba de la última noche de Heraclio Fuentes como vigilante y recepcionista sustituto temporal. Cuando rememoraba lo ocurrido un mes atrás, todavía se le saltaba el corazón del pecho. Los problemas económicos fueron borrados de un plumazo. El bote de la lotería era suyo; había sido el único agraciado.

Heraclio guardó el hacha en un armario mientras sonreía. Había sido inteligente, desde su punto de vista. Otros quizá lo hubieran tildado de tonto. Pero es que Heraclio pensó que era la mejor forma de actuar para no llamar la atención. Lo primero que hizo tras ganar la lotería fue no volverse loco. El dinero no se le subió a la cabeza. Era algo muy importante, sí, pero mucho menos que otras cosas en la vida, como su familia, por ejemplo. Cualquier otro, jactándose de su buena fortuna, hubiera escupido a la cara de su déspota jefe al mismo tiempo que le tiraba una nota de dimisión. Sin embargo, Heraclio no era una persona vengativa, y su jefe, quien no era perfecto, ni mucho menos, no le caía mal. No, Heraclio simplemente comunicó a la empresa que lo dejaría al cabo de un mes por razones personales, sin proporcionar más explicaciones, y continuó con su trabajo como si no fuera un millonario, disimulando.

Solo a sus familiares más cercanos, a su madre, a su hermana y al hijo de ésta, les comunicó Heraclio la buena noticia. Lo celebraron a lo grande, pero en la más estricta intimidad. Desde entonces, a Heraclio lo entusiasmaba tener un secreto que nadie más supiera. Siempre estaba de buen humor, pero sus compañeros de trabajo y amigos no sabían el por qué, lo que contribuía aún más al misterioso buen talante de él. Pues oye, siendo millonario se trabaja mejor y la vida se disfruta de otra manera... Su idea final era conseguir novia y sentar la cabeza. Había estado buscando casa por Internet, sin mirar el precio, y había encontrado una familiar con una finca enorme. Ya se veía residiendo allí, felizmente casado y con su propia familia formada.

Porque era madrugada y ya no habría llamadas telefónicas a esas horas, Heraclio aprovechó para echarse una siesta en el sofá de la oficina de recepción. Al cabo de un rato, un ruido lo despertó, o más bien el eco. Medio somnoliento, sin fuerzas para levantarse del mueble, volvió a escuchar algo, como un golpe. ¿Una puerta se había cerrado? Trató de clasificar el ruido, pero no pudo. En el hotel Fairview, por ser antiguo, siempre había ruidos raros por la noche. Silencio... Trató de seguir durmiendo.

Volvió a abrir los ojos cuando escuchó los pasos de alguien que se acercaba. Pero estaba seguro de que no podía haber nadie en el hotel, pues Heraclio se había asegurado de que las puertas y ventanas estuvieran cerradas. ¿Seguía soñando, acaso? Silencio.

Hubo un crujido de madera, y un leve chillido de bisagras. Heraclio aguzó el oído, pues el sonido era familiar. ¿Un armario se había abierto? Silencio. Pudo cambiar de postura para escuchar mejor. Todavía silencio. Tal vez sí que lo estaba soñando...

Un roce de suela contra el piso, un sonido quedo. Silencio de nuevo. Heraclio repasó lo que había hecho durante la ronda. La entrada principal estaba cerrada con llave, y también la puerta que daba al patio interior.

Y entonces se acordó del garaje. El hotel disponía de un aparcamiento subterráneo, con puerta automática exterior para los coches y luego otra puerta interior que conectaba dicho aparcamiento con el hotel. ¿Pudo esta última haberse quedado abierta? Para comprobar su teoría, Heraclio se levantó del sofá a toda prisa, pero fue demasiado tarde, pues alguien usó su propia hacha contra él.

EL HOMBRE AFORTUNADO - BIVIANA V.


Llevaba un hacha en la mano y una mochila en la espalda, seguía las ordenes de sus superiores de ir directo a su destino cumplir su misión y regresar a la cabaña sin hablar con nadie. El bosque estaba húmedo y el fogaje lo asfixiaba sin embargo seguía su camino sin titubear.

Antes de llegar escuchó las risas de unas mujeres cerca de la carretera a su izquierda, El hombre se detuvo a pensar si averiguaba de que se trataba o seguía su propio rumbo, el llanto de un bebé lo hizo decidir desviarse e intentar mirar de que se trataba. Él se detuvo desde una distancia en la que podía observar sin ser visto. Dos mujeres intentaban arreglar el vehículo, una metida bajo el capo de auto, la otra llevaba en brazos un bebé. Desde lejos se veía que no podían arreglar el coche. El hombre colocó el hacha y la mochila a un lado y se acercó a la mujeres presentándose primero y recalcando que se dirigía a su trabajo y las había escuchado, asustadas se colocaron a un lado y lo dejaron arreglarles el auto, el hombre supo que seguían teniendo miedo pero no contaban con otra opción si querían irse pronto de allí.

Ajustó un par de cosas y consiguió echarlo a andar advirtiéndoles que debían detenerse en la próxima estación de gas y pedir mantenimiento. Ellas se lo agradecieron y se apresuraron a subir a su coche e irse. El hombre miró el auto marchar y se preguntó para qué se molestó en ayudar si las mujeres nunca dejaron de sentir pánico. Retomó su hacha y su mochila y siguió su camino sabiendo que faltó a una de las indicaciones de su jefe. Detenerse a ayudar a las mujeres indicaba que habló con alguien, si se enteraba le iba a ir muy mal. El hombre se apresuró a seguir y por fin llegar al destino indicado.

Con el hacha se abrió paso en medio de la espesa selva que ocultaba la cabaña que debía visitar. Por fin la vio y monto vigilancia hasta esperar a la persona que le indicaron. Después de varios minutos se acercó un carro, el hombre se preparo y de la mochila sacó un rifle de largo alcance lo armó y se posicionó para cumplir con su misión, debía acabar con la vida de otra persona, eso era lo único que sabía hacer y le pagaban bien así que hizo de esa habilidad su modo de vida. Se quedo mirando por la mira del arma y se dio cuenta que venía detrás otro coche y este le resulto muy conocido. Eran las mujeres que había ayudado, se bajaron del auto, la chica con el bebé se le acercó al sujeto apuntado con el arma mientras el hombre lo observaba todo por la mirilla, le dio el bebé y por fin el asesino supo porqué había ayudado a aquellas mujeres.

Mientras el pequeño sonreía en brazos del que parecía ser su padre, el hombre recogía el arma. Ese día aquel hombre resultó ser un maldito hombre afortunado, la vida le regalo otro día que quizás mañana no tendría.

Nota de administración: La autora cuenta con su propio blog en donde ha publicado este relato, si deseas dejarle un comentario accesa a su blog: Relato Vivo/El hombre afortunado.

El hombre afortunado - Rossana Samarra


Llevaba un hacha en la mano dispuesto a exterminar su propia plantación. Jamás imaginó que después de tantos años conreando su tierra, para obtener las mejores fresas del país, se vería destruyendo todo su sacrificio.
***
Julio era un hombre alto, robusto y de facciones muy marcadas; sus ojos oscuros y su pelo rubio contrastaban con el tono dorado de su piel, logrado por tantas horas expuestas al sol y, aun así, a sus 49 años de edad mantenía cierto encanto y una inmensa atracción varonil. 
Su vida estaba dedicada al campo; des de muy pequeño había seguido los pasos de sus padres, los cuales habían fallecido hacía unos cuantos años. Ellos le habían enseñado y aconsejado todo lo que sabía y así llegó a cosechar el mejor fruto de la temporada y del año, la fresa. Esto le llevó muchas horas de investigación, experimentos, comprobaciones,...hasta incluso abstenerse de las amistades y tiempo para formar una familia.
Las cosas empezaban a irle bien hasta que recibió la notificación final del ayuntamiento:
La resolución a su reclamación no ha sido aceptada. La nueva rotonda con acceso a diversas salidas al pueblo seguirá su curso, por lo que su terreno y todo lo que lo compone será expropiado; a cambio se le recompensará con una cantidad de 25.000€, siendo su valor actual. En un plazo de tres días empezarán las obras.

¡No puede ser!, ¡Yo no quiero su dinero!, ¿Quién son ellos para echarme de mi casa, mi hogar, mi jornal, mi esfuerzo,…todo por una dichosa rotonda? 
—Exclamó con los ojos llenos de lágrimas—.

Sentado en la silla del porche cubierto por cañizos, construidos por él para protegerse del sol y así lograr pequeños descansos, recordaba el tiempo vivido en ese hogar, desde su infancia hasta el día de hoy, como habían transcurrido los años y conseguido alcanzar la fresa perfecta.
Por sus venas solo corría rabia e impotencia y a un día de su desahucio se le ocurrió coger un hacha para destruir toda la plantación.

—¡Alto! ¡Ni se le ocurra hacer algo de lo que después se arrepienta…! —una exigente voz femenina lo detuvo.
—¡Sigo siendo el dueño y mientras esté en mis manos haré lo que me plazca! ¿Quién se cree ser usted para detenerme? —mientras respondía bruscamente, se giró. No podía ser lo que veían sus ojos: una figura femenina, la mujer más bella que recordaba haber visto nunca, le estaba impidiendo un destrozo—.
—Julio, ¿así se llama usted, cierto? —Sin esperar respuesta continuó—. Debo informarle que he procedido a detener su expropiación. Verá, me llamo Soledad y trabajo en el departamento de agricultura. Sabemos que usted conrea las mejores fresas del país y parte del mundo y esto supondría un enorme desperdicio; sus fresas, las mejores hasta el momento, han estado degustadas por comerciales internacionales y están interesados en comprarlas, les ha fascinado el sabor tan dulce que desprenden y quieren triplicar su precio —le resultaba difícil hablarle, sus nervios estaban a flor de piel y su mirada la alteraba.
—¿Me lo está diciendo…de verdad? —titubeaba al pronunciarlo. Una mezcla de emociones le subía des de los pies hasta acelerar su corazón, estaba conmocionado, tenía que asimilar muchas cosas en muy poco tiempo. 
—Sí, todo es cierto y le traigo la autorización para que lo compruebe usted mismo. —Se sonrojó al estar tan cerca de él.
—Entonces…¿no me echan, me quedo, sigue siendo mi propiedad,…? —miles de preguntas dudosas surgían sin más.
—Para siempre Julio. —Soledad le puso la mano encima de su hombro para que sintiera seguridad y en este momento no pudo evitar que su cuerpo se estremeciera—.

***
Dos años después, Julio triplicó sus ingresos y era el hombre más feliz y afortunado del mundo junto a su mujer, Soledad.


Un hombre afortunado- Gustav


Llevaba un hacha en la mano cuando un enorme trueno retumbó en el “Valle de la Brecha Verde”, que daba nombre al bosque. Marcus James el leñador como le llamaban, veía como las nubes oscuras se remontaban y cubrían el cielo del valle.
Esto se pone feo—Dijo mirando al cielo.
Acto seguido comenzó a recoger la leña que tenía cortada, cuando empezó a llover fuertemente, con el hacha aún en la mano se metió en su cabaña.
La lluvia seguía cayendo intensamente sobre el valle y la cabaña, construida por el mismo con madera de pino. Desde ahí podía ver como el agua y el cieno bajaban por las laderas de las montañas más próximas.
De repente sonó su móvil…—¿dígame?—Contestó tembloroso,—Papá,¿Estas en la cabaña?, sal de hay ahora mismo—Marcus escuchó la voz enfurecida de su hijo,—voy a salir pero…—No hay peros que valgan, sube a la moto y sal de hay ahora mismo,… no te desprendas del móvil, así estaremos en contacto—Marcus se guardó el móvil y vió por la ventana como bajaba una avenida de agua, se dio la vuelta y fue a salir de la cabaña cuando el agua entraba por debajo de la puerta, el agua bajaba por la colina delantera como nunca había visto en sus 71 años de vida.
La corriente remolineaba y empezaba a estremecer la cabaña, el leñador no sabía como actuar cuando volvió a sonar su móvil. Lo tocó por fuera del bolsillo pero pensó no cogerlo, tenía otras prioridades.

Miró fijamente la mesa de madera de pino que utilizaba de merendero cuando le visitaba su hijo y se dijo a él mismo—tengo que llegar a ella.
Empezó a andar hacia la mesa, el agua le llegaba más arriba de las rodillas y la fuerza de la corriente le desequilibraba, la mesa empezaba a moverse por la fuerza del agua, pero hincó el hacha en el tablero y aferrándose a el consiguió subir.

La luz disminuyó tanto en el valle a causa de la tormenta, que parecía que estaba anocheciendo, mientras el anciano seguía navegando por la Brecha Verde con la mesa improvisada de barca, ya sin ninguna de las cuatro patas, arrancadas por la corriente, solo quedaba el tablero. 
Con una mano empuñaba el hacha clavada a la mesa y la otra agarrada a la esquina contraria de la madera, pudo levantar la cabeza y ver como el agua arrastraba; Árboles, tierra y hasta su querido hogar, que navegaba con su mismo rumbo unos metros más atrás.

Con la zozobra de la mesa y su propio temblor causado por el miedo a perder la vida, Marcus no podía hacer otra cosa más que lo que estaba haciendo, sujetarse fuertemente. De repente una sacudida y queda suspendido en el aire; para acto seguido caer bruscamente al suelo.
Estaba en tierra firme, magullado pero si, en tierra firme. Levantó la cabeza despacio y vió pasar su cabaña flotando entre otras maderas, guiados por la corriente.

Papá—Marcus…—Se oyó desde las alturas de la montaña…
El anciano se incorporó, estaba en un saliente de tierra de la ladera de la montaña, el agua corría con violencia arrastrándolo todo a su paso, hay quedó el recuerdo de la cabaña situada en un lugar privilegiado, pero reclamado por la naturaleza.
Miró a lo alto y pudo ver a su hijo y a su nuera en la cresta del cerro, valoró la situación y dijo: —Lo conseguí.

EL HOMBRE AFORTUNADO - Carmen Sánchez Gutiérrez


Llevaba un hacha en la mano y caminaba sin prisas hacia su casa. Empapado en sudor después de trabajar durante todo el día, solo esperaba un baño y una buena cena antes de dormir. Pero algo no marchaba bien, se dió cuenta de inmediato, la casa estaba totalmente oscura. La luz de la cocina debería estar encendida mientras su mujer preparaba la cena. Arriba, la ventana de la habitación de los niños, oscura también, estaba totalmente abierta. Ni un solo ruido. Su corazón palpitaba mientras un escalofrío recorría su espalda.
Era demasiado tarde, Rosalía jamás saldría a esas horas con los niños, entonces... ¿Qué pasaba?
Se acercó mas a la casa, escuchando mientras aguantaba la respiración. Nada.
Por fin se decidió y empujó la puerta. ¡Estaba abierta! Entró sosteniendo aún el hacha en su mano. Recorrió el pasillo hasta la cocina. No había nadie. Regresó sobre sus pasos hasta el salón. Vacío. Un sudor frío bañaba su rostro mientras un extraño presentimiento se adueñó de su espiritu.
No me atrevo a subir -pensó- pero tengo que hacerlo, no sé que me espera allí arriba.
UN peldaño, dos, tres. Paró en seco aguzando el oído.
Alguien gritaba fuera, en la calle.
Levantó el hacha amenazante, la puerta se abrió de golpe.
- Pedro, Pedro. ¿Estás ya en casa? ¡Dios mío! ¿qué haces con eso? Casi me matas del susto. Ufff! Déjame que respire un momento... Llevo toda la tarde de tu casa a la mía. Que vengo a decirte que tu mujer se ha marchado con los niños a casa de su madre, se debe haber mareado la pobre. Que te ha dejado la cena en el horno y que mañana, si Dios quiere y está mejor tu suegra, vuelve. 
Me voy, me esperan en mi casa. ¡Hala, majo! que pases buena noche. 
- Qué tonto soy -pensó. Bajó el hacha y fué a la cocina encendiendo todas las luces. Tortilla de patata - qué rica- voy a cenar como un marqués. Y se sentó en el salón con la cena en una bandeja. En ese momento era el hombre mas feliz del mundo.

EL HOMBRE AFORTUNADO - Earendil


—Llevaba un hacha en la mano, de eso estoy seguro.
—¿Podría indicarme en qué mano exactamente?
—En la izquierda. 
—¿Y hacia dónde se dirigió?
—Se internó en el bosque, en dirección al río.
—¿No pudo ver su cara? ¿El color del pelo o de la ropa?
—Como ya le he dicho antes, estaba muy oscuro. Las nubes tapaban la luna y llevaba una capa con capucha. Pasó corriendo y solo pude verlo un instante. No le seguí porque oí el gemido de nuevo, y pensé que era más sensato buscar a esa persona que perseguir a alguien en la oscuridad.
—Secretario, apunte en el acta que ese dato es cierto. Cuando comprobamos el escenario del crimen las huellas del fugitivo se dirigían al río. Allí se perdieron. Y dígame, señor Pérez, cuando encontró a la persona que gemía, ¿qué vio?
—Era un hombre y estaba boca abajo. Llevaba una chaqueta de pana, no pude distinguir el color, pero estaba llena de sangre y marcas de haber recibido cortes por la espalda. Deduje que el hombre que había salido corriendo con el hacha se las habría hecho. En vista de que había perdido el sentido, me fui en busca de ayuda. Cuando encontré a los guardias los conduje hasta él, pero el hombre ya había muerto.
—Muy bien, señor Pérez. Si necesitamos más aclaraciones me gustaría contar de nuevo con su testimonio.
—Estoy a su entera disposición. Buenas tardes.
Cuando el señor Pérez salió de la comisaría, Pablo Fuengirola empezó a pasearse por la habitación con aire meditabundo. El comisario, el secretario y los demás ayudantes que lo acompañaban esperaron en silencio. Fuengirola no era un policía cualquiera; además era un médico alienista. Lo había llamado expresamente el gobernador de la provincia para intentar poner fin a una serie de asesinatos inexplicables, que venían sucediéndose desde hacía unos meses. Se había formado en París y Turín y se declaraba fiel discípulo de Cesare Lombroso y sus revolucionarios métodos de deducción criminalista.
—¿Y bien? —exclamó, al fin, el comisario Buendía, cansado de esperar.
—Quisiera hacer una rueda de reconocimiento con los sospechosos de los otros crímenes. Tal vez, los testigos que tenemos de los otros casos puedan acotar el número real de posibles asesinos. 
—Eso no será difícil.
—¿Por qué?
—Porque las descripciones de los testigos coinciden en tres aspectos fundamentales: es zurdo, cojea también de la pierna izquierda y es de gran envergadura.

***** ***** *****
El comisario determinó que se citaran a todos los lugareños de los pueblos vecinos que reunieran aquellas características, en un radio de quince kilómetros a la redonda. Tras una primera declaración, todos aquellos que pudieron probar sus coartadas en los días de los asesinatos quedaron libres de sospecha. El grupo quedó reducido a cinco personas, si bien, una de ellas, reunía todas las papeletas en opinión del inspector Fuengirola.
Santiago García sufría un leve retraso mental que, unido a un tic nervioso que le hacía congestionar el rostro de vez en cuando, y una leve deformación craneal, le daba un aspecto un tanto grotesco. Cuando lo interrogaron, fue su hermano Ramón respondió a las preguntas, pues el estado de nerviosismo y agitación por el que pasaba el sospechoso le impedía expresarse con claridad.
—Mi hermano es incapaz de cometer un acto tan atroz, y mucho menos en tantas ocasiones como se le atribuyen —contestó indignado.
—Pero eso lo dice usted, no él. Seguro que lo hace para protegerlo. Se observan en él conductas histéricas que escapan a su control. Ante situaciones de ansiedad no puede reprimir sus instintos más básicos. Es potencialmente peligroso.
—Le vuelvo a repetir que se equivoca, es totalmente inofensivo.
—Irá a la rueda de reconocimiento. Ya veremos qué opinan los testigos.
Semanas más tarde, Santiago García ingresaba en un centro psiquiátrico de la capital. Tras el pase para la identificación que se llevó a cabo en la comisaría, cuatro de los cinco testigos coincidieron en su dictamen: estaban completamente seguros que aquel individuo coincidía con la persona que huyó de los escenarios del crimen. El día veinticinco de abril de 1902 firmaron el acta el comisario Rafael Buendía y Pablo Fuengirola, en su calidad de médico alienista. Este consideró al sospechoso no imputable de los asesinatos cometidos, porque la comprensión sobre sus actos era incompleta, debido a su enfermedad mental.

***** ***** *****
El inspector Fuengirola quedó muy satisfecho con su trabajo. Había resuelto los misteriosos crímenes llevados a cabo en aquel idílico paraje de la Calderona, alterado por las acciones de una persona, cuyos caracteres antropológicos físico degenerativos le habían alterado la concepción de la realidad, convirtiéndolo en un asesino. Su maestro, Cesare Lombroso, estaría orgulloso de él, pues había conseguido que un potencial asesino en serie fuese apartado de la sociedad, aunque eso sí, había evitado su condena a muerte. Su carrera profesional subía como la espuma, y ya lo reclamaban como perito en otros casos judiciales a lo largo del territorio nacional. Se sentía un hombre afortunado, incluso estaba pensando escribir un libro basado en sus propias experiencias profesionales.
Se sentó en el banco de la estación. Consultó su reloj y dedujo que su tren no tardaría en llegar. No advirtió la figura que se le acercaba por detrás hasta que un agudo dolor le cortó la respiración. Le dio el tiempo justo de ver su rostro antes de desvanecerse sin vida. Era un rostro cualquiera, sin ninguna peculiaridad aparente, de los que se acostumbra a ver todos los días. La sorpresa fue la última mueca que se dibujó en su cara antes de que la suerte lo abandonara para siempre.

EL HOMBRE AFORTUNADO - EL CHAVAL


Llevaba un hacha en la mano para afilarla un poco más con la muela de esmeril. Ya no daba el rendimiento adecuado para cortar los pequeños troncos de madera, que después servirán para dar confort con el chisporroteo de su consumo final en el hueco del hogar, ante el duro invierno que se presupone como siempre.
Su mujer, Petra, expulsando el mantel de restos del desayuno que se apresuran a picotear las gallinas, le dirige a su marido. —Vigila no te hagas daño, que estas herramientas buscan los dedos al menor descuido.
—No me hagas pensar en lo que éste palo con un trozo de hierro adherido puede hacer, que bien lo emplearía para cortarle la cabeza al mal nacido de Arsenio, le contesta su marido.
—Matías, deja ya de tenerle tanta rabia, que no sabes seguro de que sea el “renacuajo” el que te corta las tomateras o el que desvía el riego para los guisantes.
—Sabes, dice Matías, que el “tuerto”, también se ha quejado alguna vez de encontrar la tierra removida, recién plantados los ajos.
—Puede que sean los perros, le contesta su mujer, o jabalíes que merodean por aquí cerca, o también podía ser Drácula, que tanto le aterran los ajos; Petra no puede contener la risa. —Venga hombre no te hagas mala sangre.
A pesar de la buena intención de su mujer en distraerle, en lo que pudiera derivar en peleas trágicas que suceden no pocas veces en pequeñas comunidades, Matías continúa pensando en algún escarmiento para disuadirle de que debe dejar de molestar y estropear lo que se ha hecho con amor y esfuerzo.
Y además, al “renacuajo” de Arsenio, Matías le ve siempre con mal ojo, por su cara redonda, ojos saltones, desdentado y su caminar de puntillas como si tuviera miedo de aplastar huevos o, por el contrario, que se fuera adueñándose de él la metamorfosis para convertirse en sapo; Si así fuera, sin miramiento alguno le aplastaría la cabeza.
Matías, de robusta complexión, con brazos nervudos del esfuerzo en el trabajo de la tierra y el trato con herramientas pesadas, ya tuvo en la cuarentena de sus años la visión de que tenía que mecanizar el sistema de trabajo. Optó por comprar una cosechadora de cereales y ofrecer a los pequeños minifundistas del pueblo su servicio.
Ahora, en pleno mes de mayo y con el tiempo primaveral para la maduración de la colza, es una delicia y un sosiego para la mente el ver parcelas amarillas refulgentes como el sol, distribuidas entre medio de otros cultivos verdes, como la hierba que después será el alimento de animales.
El trabajo no le faltó nunca. Se consideraba un hombre afortunado y feliz; en el pueblo y alrededores le estimaban por su buen quehacer y ya se preparaban las reuniones de agricultores y organizar el sistema de rotación para que Matías con su cosechadora empezara el mes de julio, cuando la planta de la colza se haya ido transformando en el color marrón que le caracteriza por sus frutos que lleva dentro de la vaina.
Festividad de San Juan; la fiesta Mayor del pueblo, donde la gente se viste con sus mejores ropajes para encontrarse con sus vecinos y, por unos días, olvidar las pequeñas rencillas y alegrarse de tener este año la misericordia de la naturaleza, y dejar de lado los juramentos hacia el cielo, que el agricultor temeroso levanta la cabeza tantas veces como la baja para mover el azadón.
Y así se encontró de frente Matías y su mujer con el saltarino “renacuajo”. Mirada de soslayo uno, mirada del otro con ganas de entrar en discusión para afearle su con- ducta. La mujer tirando de la manga de la chaqueta de su marido y el otro envalen-tonado, le saca la lengua como criatura burlona.
—A éste le voy a dar tal escarmiento, que va a quedar desorientado de la cabeza más de lo que está para el resto de su vida; ya lo verás mujer!.
Llegó el día en que, el señor alcalde había reunido a labradores y ganaderos para informarles de la tanto tiempo esperada licitación para la construcción del matadero, y evitar desplazarse al pueblo mayor. Matías, disponía como trabajador del campo de algunos productos fitosanitarios y pensó, que algunos de ellos podían servir para hacerle quitar el vicio de destrozar sus queridas tomateras.
Una vez acabada la perorata del alcalde, se sirvieron unos refrescos y en un descuido del “renacuajo” le echó en su vaso de limonada unas gotas transparentes, sin olor ni sabor, pero de gran efecto persuasivo.
Salió de la reunión contento y satisfecho de su buena idea, para explicarle a su mujer que el “renacuajo” había salido un poco antes congestionado apretándose el cinturón para entrar en el “super” a comprar un gran paquete de papel higiénico. Más de uno se alegró al día siguiente, de las tribulaciones y muy escasa noche de descanso que supuso dejar la puerta del baño siempre abierta.


Once junio 2018

"El hombre afortunado" - Estel Vórima


 Llevaba un hacha en la mano. En esta ocasión era de atrezo y no de verdad. Podía notarlo en el peso, en su tacto, pero aun así…le traía recuerdos.
Javier tenía clara la escena y recordaba perfectamente su diálogo. Se sabía el guión de pe a pa y, lo más importante, había realizado con anterioridad un interpretación mucho más real de aquello.
—Bien, chicos, vamos a repetirlo una última vez. Tú, Paula, mujer. Asústate un poco más que ves venir a tu marido con un arma en la mano para matarte. No grites como si te trajese un regalo. Quiero terror no sorpresa. 
Agustín, el director de aquella obra de teatro, era un completo perfeccionista, valga la redundancia. De hecho, completo y perfecto eran dos palabras que usaba mucho.
—Quiero que esta escena salga completamente perfecta. Es la última, con ella dejamos caer el telón y esperamos oír los aplausos.
—Yo no entiendo por qué tenemos que hacer un espectáculo tan trágico. Se supone que es para las fiestas del pueblo, deberíamos haber optado por una comedia —respondió Paula. Era una actriz joven, muy alegre y siempre estaba de broma. Llevaba actuando en los festejos patronales desde que tenía trece o catorce años. Sobre todo le gustaba hacer monólogos, y la verdad es que a la chica se le daba bien, siempre sabía sacarle al público las carcajadas. Los dramas no eran lo suyo, decía.
—Sí, lo sé, el ambiente no es el más adecuado. Pero el ayuntamiento este año está de campaña contra la violencia de género y nos ha pedido que hagamos una representación que denuncie lo que muchas mujeres sufren en sus hogares.
Los ensayos concluyeron y, para satisfacción de Agustín, quedaron completamente perfectos. Todo estaba listo para la inauguración de la verbena.
Javier se sentía un hombre muy afortunado. Tenía el papel protagonista, y eso que ni siquiera había cursado estudios de interpretación. No era lo que se dice un actor profesional, mejor aún, era un actor real. Sí, llevaba toda su vida actuando y todas sus actuaciones habían sido un éxito.
El día llegó y el pueblo entero se engalanó para recibir el acontecimiento más alegre del año. Las fiestas del verano sacaban a la gente de su letargo. Entre comer y beber, los vecinos se pasaban el día fuera de casa y la noche también.
Aquel era un lugar pequeño sin mucha vida, pero en la época estival cobraba nuevos bríos por las visitas de los antiguos habitantes y sus descendientes que se habían marchado a la ciudad.
Javier palpó el mango de su hacha, le gustaba sentirla y su peso le reconfortaba. Agustín iba a tener una obra completamente perfecta, como solía repetir mil veces. 
Llevaba un hacha en la mano, una de verdad, como la de hacía cinco años, de hecho, era la misma. Se la había llevado con él después de matar a su novia en el bosque y apilarla bajo un montón de troncos… Agustín consiguió su grito de terror de boca de Paula y, él consiguió borrarle esa estúpida sonrisa que tantos recuerdos le traía. A su novia también le gustaba sonreír a todo el mundo. Al final tuvo que aprender por las malas que eso no estaba bien. 
Él era un hombre afortunado, ya no era un actor, era real y todos podían verlo.


Nota de la administración: Estel Vórima cuenta con su propio blog, también puedes dejar tus impresiones de su relato en queremosescribirsite.

RECOPILACIÓN DE MÓNTAME UNA ESCENA- Mes de Junio # 55 - "El hombre afortunado"

En esta sección encontrarás la recopilación de los relatos.

Cada autor para poder responder a sus comentarios en este blog, deberá visitarlo reiteradamente, ya que este sistema no cuenta con aviso por correo electrónico, sin una cuenta de Gmail.

OJO para comentar: Si no tienes una cuenta que te permita comentar, usa la opción Nombre/URL. (Clic aquí para ver un vídeo de cómo hacerlo). Los comentarios publicados a través de este blog, no están moderados y pasan sin ningún filtro, siempre y cuando logren acceder correctamente al mismo. Toma nota que según Blogger dicha opción podría deshabilitarse en algunas regiones según las actualizaciones del mes de mayo,2018.

Para los blogs con link externo* (detallados con astérisco), cada autor tiene sus propias normas para recibir comentarios, a veces es necesario suscribirse (Blog/S) o están moderados (Blog c/CM) y se publicarán cuando el administrador de ese blog lo permita. Los que no tienen nomenclatura es porque aceptan diferentes opciones para su publicación, pero no puedo garantizar que puedan realizarlo.

Normativa del taller: Con el fin de que nadie se quede sin comentarios, les recomendamos que cada participante revise y comente los tres textos siguientes al suyo en la lista, bajo la directriz del taller (evaluar forma, contenido y una opinión personal).
Si no sabes cómo comentar, lee la entrada de Literautas aquí.


RECOPILACIÓN DEL MES DE JUNIO 2018
Móntame una Escena: "El hombre afortunado" - Escena #55

(Imagen cortesía de Free-art / CSP-Pro "Man with Ax")


La propuesta de este mes consiste en crear un relato de extensión libre que lleve por título "El hombre afortunado."
Si quieres añadirle un toque de dificultad, te proponemos también que empieces el relato con la siguiente frase: Llevaba un hacha en la mano…

Todos los trabajos se han publicado tal y cual los ha enviado el autor, y todos los derechos pertenecen al mismo.
Recuerda leer y comentar a los tres relatos que continúan después del tuyo, y lee a discresión a los que desees. Disfruta la siguiente colección:
  1. "El hombre afortunado" - Ocitore*
  2. "Un hombre afortunado" - Amilcar Barça*
  3. "El hombre afortunado" - Ceyla Ramos
  4. "El hombre afortunado" - Diego Alba*
  5. "El hombre afortunado" - Daniel Escobar Celis
  6. "El hombre afortunado" -  J. M. Fernández*
  7. "El hombre afortunado" - Leosinprisa
  8. "El Hombre Afortunado" - MONISA
  9. "EL HOMBRE AFORTUNADO" - Sophie*
  10. "EL HOMBRE AFORTUNADO"- Labajos
  11. "El hombre afortunado"- Evelyn Venegas
  12. "EL HOMBRE AFORTUNADO" - Toñi Avila
  13. "El hombre afortunado" - Estel Vórima*
  14. "El hombre afortunado"- Maurice*
  15. "EL HOMBRE AFORTUNADO" - EL CHAVAL
  16. "El hombre afortunado" - César Henan*
  17. "El hombre afortunado" - M.T. Andrade*
  18. "El hombre afortunado" - K. Marce
  19. "EL HOMBRE AFORTUNADO" - Earendil
  20. "EL HOMBRE AFORTUNADO" - Carmen Sánchez Gutiérrez
  21. "El hombre afortunado" - Daniel*
  22. "El hombre afortunado" - Carlos Jaime Noreña*
  23. "El hombre afortunado" - Luna Paniagua*
  24. "El hombre afortunado" - Gustav
  25. "El hombre afortunado" - Irene R.
  26. "El hombre afortunado" - Rossana Samarra
  27. "EL HOMBRE AFORTUNADO" - Biviana V.*
  28. "El hombre afortunado" - Dopidop*
  29. "El hombre afortunado" - Sira*
  30. "El hombre afortunado" - Ricardo Zarate*
  31. "El hombre afortunado" - Miguel Rojas*
  32. "El hombre afortunado" - José Luis
  33. "El hombre afortunado" - Nidama de Ishtar*
  34. "El hombre afortunado" - Gina Loyola
  35. "El hombre afortunado" - Kangre Ja
  36. "El hombre afortunado" - Menta
  37. "EL HOMBRE AFORTUNADO" - JACH


EL HOMBRE AFORTUNADO - Toñi Avila


Llevaba un hacha en la mano y en la otra sostenía los tres añitos de su hija.
En su cabeza rondaba la idea de ser el mejor padre del mundo, o al menos el mejor padre para su hija.

Decidió comenzar por el principio. El invierno tocaba en la puerta. Se presentían las primeras heladas. La humedad penetraba los huesos como si fuese humo. Calaba hasta el aliento.
Había que partir leña si querían estar calientes en la choza. 

Los primeros rayos de sol se filtraban entre la arboleda, embutida en la bruma nocturna que remoloneaba sin ganas de diluirse.
En un claro, sentó la niña al sol. Le explicaba como talar el árbol, trocearlo, hacerlo cuñas, empacarlo, atar un buen fajo de palos con un cordel...mientras la miraba con una dulzura indescriptible, con nubecillas en los ojos. Ella empapaba la lección con una gracia perfecta. Como esponja y agua.

Tras limpiarse el sudor con el revés de la mano, el leñador se cargo el haz de leña al hombro, junto al hacha y tomó de la mano a la traviesa y vivaracha aprendiz, para volver al hogar.

La enseño a cazar, pescar, buscar fruta salvaje, semillas comestibles, setas y demás manjares que Madre tierra nos regala.
La instruía en el noble arte de nadar, trepar a los árboles, escalar, llenarse de barro y bañarse después en el riachuelo. Disfrutaban del chapuzón juntos. Jugueteando a salpicar agua.
Hasta aprendió como hacer pan. Lo desayunaban recién salido del rústico horno, al alba. Con la corteza tostada, crujiente y humeante. De rechupete. El olorcillo embriagaba.
Ordeñaba la cabra, hervía la leche y recogía los huevos de las gallinas de guinea. 
Eso sí, el aceite hirviendo no lo tocaba.

Nadie diría que contaba con tan solo cuatro julios en plena inauguración de las primeras nevadas.
Estaba asimilando como encender la chimenea, lo más difícil de todo. Solo conseguía hacer humo. Su progenitor acariciaba su mejilla mientras le dejaba rodar un beso por la frente. 
La pequeña nunca se rendía. Le devolvía la mirada curiosa y escribía nuevas señales de humo. Con un entusiasmo envidiable. Estudiosa. Graciosa. Tenaz.

* * *

Soy un hombre afortunado, pensó, aunque mi esposa ya no esté. Tengo su retrato presidiendo la chimenea y su recuerdo vive presente cada segundo en mi corazón. Latente. 
Perdí la gran casa que construimos juntos... solo conservo esta humilde choza. Hermosa.
Sin dinero para un motosierra, me conformo con el hacha del tatarabuelo. Compañera y trabajadora incansable. Invencible. Fiel. Luchadora.
Mi familia se reduce a una hija, por la cual lucho y vivo. Risueña y vivaz. Mi alegría. Miramos fotos de su madre todas las noches, en vez de leer cuentos. Percibo como sueña con ella cogida de mi mano, con un palpitar en cada dulce respiración. Paseamos los tres por el sendero del pinar. La familia perfecta que vive de ocupa en mi alma...también preside su pequeña e inquieta cabecita. 
Se que es completamente feliz. Su madre la visita todos los anocheceres. La abraza. La mima. Le susurra una nana al oído. La besa en la frente. Vela sus sueños.

* * *

Hoy, en mi treinta y cinco cumpleaños, siento que sigo teniendo un padre afortunado, porque aunque ya no esté conmigo... esta con mi madre. 
Ya me uniré a ellos cuando toque. 

Conservo sus retratos. La choza, es una buena cabaña, donde crío a mis hijos en las enseñanzas que papá me legó. Su abuelo. Ojeamos fotos del yayo y la yaya cada noche. Mantenemos vivos sus recuerdos. Respiramos felicidad. 

Vibe.

"El hombre Afortunado" - Evelyn Venegas


Llevaba un hacha en la mano, una con mango garigoleado y colores llamativos. No sabía de cuál, pero había escuchado que era de un famoso videojuego de moda. Iba a acomodarla en uno de los cientos de estantes de vidrio para exhibirla a los miles de frikis que visitaban la convención cada año. En esa ocasión, Daniel por fin había sido encargado con uno de los ‘stands’ para vender mercancía de su anime favorito. Eran las siete de la mañana y el entusiasta joven escrutaba su puesto una y otra vez, buscando detalles y acomodando las figuras de acción y collares repetidamente, pues faltaban dos horas para que empezara a llegar la gente.

—¡Hola Dany!— oyó una voz familiar a sus espaldas cuando acomodaba a Yuno Gasai por enésima vez. La voz chillona era una característica de Sara, amiga de Daniel, de esas que uno no sabía si estaba enamorada de él o sólo era cariñosa porque sí.

—Hola.— la saludó amistosamente. —No esperaba verte aquí.

—¡Yo tampoco!— exclamó. —Estoy a cargo del puesto de Death Note. ¡Es como un sueño hecho realidad!

La chica, un auténtico perico, mantuvo ocupado a Daniel por más de una hora, hablando mayormente de temas que tratarías con un fanático de tu videojuego favorito. Hasta que llegó una mujer de mediana edad que le pidió no muy amablemente a Sara que fuera a su puesto, pues ya casi eran las nueve de la mañana. Quince minutos después, había gente de todo tipo mirando y comprando cosas a un precio injusto en todos lados. Daniel no había tenido un instante en el no hubiera alguien en su puesto hasta cuarenta minutos después, que fue cuando sucedió aquel desastre.
Observaba a una chica que había hecho un muy buen trabajo en su disfraz, cuando oyó el sonido de varias figuras cayendo al suelo. Se volvió hacia ellas, y mientras lo hacía, un estruendoso sonido rompió el tranquilo ambiente como un trueno. La alarma sísmica. Una ola de nervios y miedo se apoderó del joven, quien de inmediato se levantó de su asiento y corrió hacia donde recordaba que estaba la salida del colosal lugar. Los gritos aterrorizados no tardaron en aparecer. El movimiento no hacía más que intensificarse más y más. Daniel sólo veía todo tipo de mercancías cayendo al suelo a su paso, vidrios resquebrajarse y caer en pedazos. Con el corazón desbocado, seguía corriendo y corriendo, con la esperanza de llegar pronto a la salida, estar a salvo… cuando un gigantesco pedazo de la estructura metálica que sostenía las luces se desprendió y cayó a una decena de metros frente a él, bloqueando el paso. Pudo ver como un niño de unos 12 años, que se encontraba muy cerca, quedó atrapado de ambas piernas en el objeto, con un estante de vidrio a nada de caer junto a él. Sin pensarlo, Daniel corrió hacia el niño, quién extendió sus brazos hacia él esperando que lo ayudara. El joven lo tomó y jaló con fuerza, pero sin mucho éxito, pues los jadeos del pequeño indicaban que lo estaba lastimando. No tuvo mucho tiempo para pensar en otra cosa, pues de inmediato los vidrios cedieron y una lluvia de ellos cayó sobre Daniel, que estaba encima del niño. Traía una chamarra de piel sintética, lo que lo protegió de la mayoría de los pedacitos de vidrio, aunque unos le hirieron la nuca. Por suerte, ninguno había herido al pequeño. Daniel lo volvió a jalar, exclamando “¡Vamos, tú puedes!”. El concreto del techo había comenzado a caer, en pedazos cada vez más grandes. El niño salió justo antes de que uno de ellos cayera directo hacia la cabeza de Daniel, dejándolo inconsciente.


Poco a poco, alguna cantidad tiempo indefinida, abrió los ojos. Tardó un largo momento en recordar algo o reconocer dónde estaba. Oía voces lejanas y apagadas, pero sonaba como si fueran muchas personas. Cuando empezaron a aclararse, escuchó “¡Ya los vimos! ¡Venga! ¡Quita esa de ahí! ¡Ya casi!” Giró levemente la cabeza, con un agudo y profundo dolor. Vio la cara del niño, sonriéndole.

—Ya casi salimos, no te preocupes, amigo.— creyó oírle decir.

Una potente luz lo cegó de repente, a lo que una silueta masculina se interpuso y extendió las manos para tomarlo. Daniel apenas procesaba lo que sucedía. Su consciencia estaba débil y pocos segundos después volvió a caer en la oscuridad.


Cuando volvió a despertar, estaba recostado en un cama, un fuerte olor antiséptico calando en su nariz y un dolor que se extendía por todo su cuerpo. Supuso que debió hacer algún ruido, pues una de las personas que estaban en la habitación se volvió y exclamó “¡Despertó!” Los otros tres se acercaron a él, fijando la vista en los ojos del joven. Reconoció dos de las caras, tres. Eran sus padres, el niño y un hombre mayor que nunca había visto.

—¡Hijo! Nos tenías con el jesús en la boca.— dijo aceleradamente su madre.

Por fin pudo articular palabra. —¿Qué...qué pasó?

—¡Me salvaste!— respondió el niño. —Nunca te lo voy a poder pagar, amigo, en serio. Soy Jorge, por cierto. 

El hombre continuó —Él es mi nieto, y tú, valiente jovencito, lo sacaste de aquellas vigas. Pudo haber muerto, pero gracias a ti, está aquí conmigo…

Daniel escuchó atento. Tras perder el conocimiento, Jorge lo había arrastrado hacia un pasillo cerca y se habían resguardado allí. El lugar se había desmoronado por completo. Sobrevivieron gracias a que el pequeño tenía su teléfono celular y con él, había ayudado a los rescatistas a encontrarlos. El abuelo de Jorge no había tardado en llegar, agradecido de que su nieto estuviera bien y lo pensaba llevar a casa, pero el niño insistió en ayudar a Daniel, pues estaba bastante herido. Y resultaba que ese pequeño era hijo de uno de los patrocinadores de la convención.

—Mi papá me dijo que la mayor parte de la mercancía de tu puesto está en muy buen estado.— dijo Jorge cuando su abuelo terminó de hablar. —Y bueno...sé que no es mucho, pero como agradecimiento por salvarme la vida, lo convencí de regalarte todo. Eres un gran fan de Mirai Nikki, ¿verdad?
Fortuna o heroísmo, gracias a ello, dos semanas después, Daniel tenía su cuarto repleto de figuras, mangas, pósters, playeras y collares de su anime favorito, un nuevo gran amigo y la promesa de ser el encargado de uno de los principales ‘stands’ de la convención todos los años.