lunes, 18 de junio de 2018

EL HOMBRE AFORTUNADO - JACH


Llevaba un hacha en la mano porque su padre le había dicho que era la mejor herramienta para cortar las raíces externas de la higuera. Sebastián era muy de hacer caso a los consejos, sobre todo si el autor de éstos ya había fallecido. Era como si la muerte le otorgara inmediatamente la razón a las personas, y no hacer caso de lo que dijeron en vida fuera una falta de respeto capaz hasta de perturbar aquello del descanso eterno. Por eso Sebastián tenía costumbres como no mezclar lácteos con cítricos o no taparse la nariz al estornudar, entre muchos otros hábitos que respondían al arsenal de consejos dejado por sus mayores.

A él le parecía que un cuchillo podría ser mejor instrumento para la labor que se disponía a hacer en esa tarde de mayo, mes en el que las raíces de la higuera cobraban fuerza por la lluvia y salían de la tierra, dificultando el único camino de entrada a la finca familiar.

«Lo que tendría que hacer es dejarlas crecer y así no podrían entrar en el patio los estúpidos niños de los González», pensó Sebastián mientras cruzaba el jardín. Pero ahí estaba el poderoso consejo dejado por la bisabuela, quien decía que había que mantener el camino de entrada totalmente despejado de maleza y que los González, familia honrada y de confianza, era bienvenida en todo momento.

«Un día me voy a equivocar y en vez de dar un hachazo a la maleza se lo daré al pie de Miguelito», pensó de nuevo Sebastián. En el camino desde la puerta de la casa hasta el portón de la finca se iban intercalando en su mente macabros pensamientos y apaciguantes mandatos.

Al llegar al pie del árbol, Sebastián se puso a talar la fastidiosa maraña de raíces que sobresalían de la tierra y que eran trampas mortales para cualquiera que se dispusiera a caminar por el terreno.
—Hola, Sebas—Sonó una voz femenina a la derecha del portón—. Era Lucía González, la hija mayor de la familia vecina. Una muchacha de poco más de veinte años con una delicadeza y educación poco comunes en alguien criado en el campo. —Hola— Dijo Sebastián, sin saber si la falta de aliento era por el esfuerzo físico o por la congoja que le producía estar cerca de aquella mujer.
—Nunca fallas, cada mayo dejas esto como la entrada a un palacio—Dijo en tono amable la muchacha—.
—Sí. Mi padre lo hacía siempre; a mí también me gusta, me relaja cortar—Respondió Sebastián en todo resignado—.
—Qué afortunado tu padre, todavía siguen manteniendo las cosas como a él le gustaban—Agregó Lucía mientras se disponía a seguir su camino—.

En ese momento Sebastián supo que estaba atrapado, sonrió levemente esperando que Lucía no notara nada. Su pie había entrado entre dos gruesas raíces y para sacarlo debía ponerse a maniobrar, o también podía dar una hachazo certero y librarse más rápido de aquello, pero debía tener buena puntería.
La muchacha llevaba prisa así que se despidió dulcemente con un gesto de mano y siguió su camino, y menos mal, porque de haberse quedado un poco más habría notado el hastío que aquella labor le producía a aquel hombre.

Sebastián se quedó abstraído por unos momentos, mientras miraba su pie enganchado y aún sin la disposición necesaria para zafarse de ahí, pensaba absorto en lo que le acababa de decir Lucía.
«¿Cómo puede ser afortunado un hombre que está muerto? ¿De qué le sirve ahora esto?»
Soltó el hacha y se dispuso a sacar el pie con un par de movimientos, lo iba a necesitar para ir detrás de Lucía, lo demás podía esperar.

3 comentarios:

  1. Un buen relato para reflexionar sobre la muerte y la fortuna de los muertos que ya no tienen preocupaciones y que ademas dejaron cosas importantes en vida como hijos, jardines y consejos...todo aderezado con el detalle sangriento de un hacha clavada en un pie cuya imagen me acompaño por un rato.Buen cuento
    Saludos

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  2. Primero pedirte perdón, porque escribí hace un par de días tu reseña pero al final no se envio.
    Intentaré hacerlo de nuevo:
    En general me ha gustado mucho tu relato, la idea central me parece muy presente siempre en la literatura y no por eso menos interesante:
    ...Era como si la muerte le otorgara inmediatamente la razón a las personas, y no hacer caso de lo que dijeron en vida fuera una falta de respeto capaz hasta de perturbar aquello del descanso eterno... Ese primer párrafo es potente.
    Luego, personalmente pienso que tu estilo es bello por sencillo y la vez profundo, pero me pierdo en frases como:
    «Lo que tendría que hacer es dejarlas crecer y así no podrían entrar en el patio los estúpidos niños de los González»,«Un día me voy a equivocar y en vez de dar un hachazo a la maleza se lo daré al pie de Miguelito», no sé si dándoles otra vuelta le darían más valor al texto (es algo súper personal, mi sensación)

    Me ha gustado que has conseguido que quiera saber más del próximo encuentro entre los dos, y eso es buena señal. Creo que el cuento tiene alma de lago más grande.
    Bien hecho!

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  3. Buenos días Jach: Me ha gustado mucho tu relato.

    Mediante la estructura que has desarrollado hemos conseguido ver que un hombre que al principio se nos presentaba como un adulto fiel seguidor de las creencias que le habían inculcado sus mayores, empieza a revelarse, no contra sus ancestros, si no contra el mundo que le rodea (le vemos lleno de contradicciones: darle un hachazo en el pie al niño y se arrepiente inmediatamente porque se acuerda de su abuela...).

    Tu personaje cambia y termina con todo lo antiguo gracias al amor.

    Enhorabuena. Un saludo, Menta

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