lunes, 18 de junio de 2018

El hombre afortunado - Gina Loyola


Aún llevaba el hacha en la mano cuando llegaron los equipos de rescate. Había una conmoción general en la pequeña privada, y es que no era para menos; en el pueblo había pocas novedades, así que cuando se solicitaban los servicios de la policía, los bomberos y los paramédicos, todos los vecinos salían a ver qué había ocurrido.
Doña Licha no dejaba de llorar y decir que había sido su culpa, don Chucho la consolaba mientras los paramédicos intentaban remover las ramas para poder llegar al cuerpo ensangrentado del joven que yacía inerte bajo el peso del árbol muerto. 
Ya habían pasado cerca de dos horas desde que se dio aviso a las autoridades y las cámaras de la televisora local ya invadían el frente de la casa. Era una cacofonía de sirenas, llantos, gritos de reporteros que buscaban entrevistar a los presentes y los agentes de tránsito que hacían esfuerzos desesperados por poner orden.
Alguien gritó – Abran paso a la ambulancia – y el silencio inundó el lugar. Con la ayuda de los bomberos finalmente lograron acercarse al joven, todos estaban atentos a la cara de los paramédicos quienes examinaban el cuerpo con cuidado. Finalmente, uno de ellos exclamó, – sus signos vitales son débiles, pero ¡está vivo! – Los aplausos no se hicieron esperar y la algarabía regresó a la privada. Ahora doña Licha no dejaba de llorar y de dar gracias a Dios por el milagro.
Ya en el hospital el hombre había recuperado el sentido, pero no lograba recordar quien era o que había pasado. Los médicos le aseguraban que recuperaría la memoria, que solo era cosa de tiempo, por el momento lo importante era reponerse del trauma y vigilar que su salud fuera estable.
Estando en cama sin mucho que hacer y sin recordar quien era, se puso a pensar que en realidad era un hombre muy afortunado. No solo por haber sobrevivido, con solo un par de huesos rotos, la caída y el peso del árbol, sino principalmente por la cantidad de muestras de cariño y amistad que le demostraban sus vecinos, amigos e incluso extraños. Gracias a la cobertura televisiva del accidente, ¡ahora era una celebridad!
Todos los días venían doña Licha y don Chucho a ver como seguía, las paredes del cuarto estaban llenas de las tarjetas que le llegaban a diario de viejos amigos que gracias a las noticas habían vuelto a saber de él, de niños que lo consideraban un héroe, hasta de alguna novia pasada que aún lo recordaba con cariño.
Ya le urgía regresar a su casa, pues estaba seguro que una vez ahí recordaría quien era. Finalmente fue dado de alta del hospital, Doña Licha fue quien lo llevó de regreso a su casa. Durante el trayecto le contó lo que había pasado la mañana del accidente. Una rama del gran sauce que se encontraba entre las dos casas, se había caído sobre el techo de doña Licha, y Don Chucho insistía en subirse a cortar la rama para evitar que dañara la casa. Doña Licha no se lo permitió y en cambio fue a tocarle insistentemente a él para que le ayudara. Con el hacha en la mano, él subió al árbol con facilidad, pero una vez arriba, se escuchó un crujido estremecedor y el árbol se cayó completamente arrojándolo con tal fuerza que todos pensaron que se había matado.
Cuando llegaron a la privada, los bomberos ya habían removido el sauce, y sólo quedaba un boquete donde antes estuvo el árbol. 
Le agradeció a Doña Licha y aún confundido y con una sensación extraña en el estómago abrió la puerta de su casa. Recorrió lentamente cada una de las habitaciones viendo las fotos, los libros, sin embargo, nada le hacía recordar. La ansiedad crecía entre más se acercaba a la cocina, presentía que ahí estaba la respuesta. En cuanto entró la sangre se le heló, soló bastó con ver la nota que estaba sobre la mesa para que el torrente de recuerdos se le agolparan en la mente. 
Le temblaron las piernas, lentamente se sentó y vio como pasaban delante de él los eventos que lo habían llevado a escribir esa nota. 
Si no hubiera sido por la insistencia de Doña Licha que le interrumpió, la conmoción en la privada hubiera sido por que lo habrían encontrado sin vida en su cocina después de decidir que su vida no tenía sentido, y no valía la pena seguir viviendo en esa soledad que le atenazaba el alma. ¡Que equivocado estaba! este accidente le había abierto los ojos y se dio cuenta que él había sido quien se había aislado del mundo. En silencio dio gracias por la oportunidad de seguir con vida y guardó la nota en su cartera como un recordatorio de que en verdad era un hombre afortunado.

5 comentarios:

  1. Me agrada tu redaccion, muy limpia y facil de leer hasta el final. El giro del suicida en el ultimo parrafo es bastante inesperado ( yo hubiera optado por algo menos optimista..pero esa soy yo) Un buen relato que se acopla perfecto al titulo

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    1. Hola Nidada, Gracias por tus comentarios. La gran cantidad de personas que se suicidan es alarmante, y creo que toda vida por terrible que parezca, siempre vale la pena de ser vivida. Un pequeño tributo a aquellos que luchan contra la depresión.
      Gracias nuevamente, nos seguimos leyendo.

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  2. Buenos días Gina Loyola: Me ha gustado mucho tu relato.

    Tu prosa es muy fluida,concreta y clara.

    La estructura del relato es clásica: presentacion, nudo y desenlace. Y el desenlace se resuelve muy bien con un giro inesperado y con final feliz.

    Enhorabuena y gracias por compartir tu escena con nosotros. Un saludo, Menta

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  3. Hola Gina. Es impecable tu manejo de la redacción. Se lee fluido y sin dejar huecos.

    Has usado la estructura de inicio, nudo y desenlace. Me ha gustado el vuelco del suicida al final de la historia, es un buen relato para reflexionar, y es íntegro: no le sobra ni le falta nada. Me gusta cómo usas la algarabía, el júbilo y el cariño de la gente hacia el hombre para crear ese efecto en el personaje. Nos muestras una evolución haciendo un flashback y explicando lo que pasó y dando sentido al inicio. En fin, un relato perfecto.

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  4. Mil gracias por sus comentarios!, me da mucho gusto saber que voy mejorando!!
    Es un privilegio ser parte de esta comunidad y recibir ayuda, consejos y porras.
    Gracias a todos.
    Gina Loyola

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