Llevaba un hacha en la mano porque su padre le había dicho que era la
mejor herramienta para cortar las raíces externas de la higuera.
Sebastián era muy de hacer caso a los consejos, sobre todo si el autor
de éstos ya había fallecido. Era como si la muerte le otorgara
inmediatamente la razón a las personas, y no hacer caso de lo que
dijeron en vida fuera una falta de respeto capaz hasta de perturbar
aquello del descanso eterno. Por eso Sebastián tenía costumbres como no
mezclar lácteos con cítricos o no taparse la nariz al estornudar, entre
muchos otros hábitos que respondían al arsenal de consejos dejado por
sus mayores.
A él le parecía que un cuchillo podría ser mejor instrumento para la
labor que se disponía a hacer en esa tarde de mayo, mes en el que las
raíces de la higuera cobraban fuerza por la lluvia y salían de la
tierra, dificultando el único camino de entrada a la finca familiar.
«Lo que tendría que hacer es dejarlas crecer y así no podrían entrar en
el patio los estúpidos niños de los González», pensó Sebastián mientras
cruzaba el jardín. Pero ahí estaba el poderoso consejo dejado por la
bisabuela, quien decía que había que mantener el camino de entrada
totalmente despejado de maleza y que los González, familia honrada y de
confianza, era bienvenida en todo momento.
«Un día me voy a equivocar y en vez de dar un hachazo a la maleza se lo
daré al pie de Miguelito», pensó de nuevo Sebastián. En el camino desde
la puerta de la casa hasta el portón de la finca se iban intercalando en
su mente macabros pensamientos y apaciguantes mandatos.
Al llegar al pie del árbol, Sebastián se puso a talar la fastidiosa
maraña de raíces que sobresalían de la tierra y que eran trampas
mortales para cualquiera que se dispusiera a caminar por el terreno.
—Hola, Sebas—Sonó una voz femenina a la derecha del portón—. Era Lucía
González, la hija mayor de la familia vecina. Una muchacha de poco más
de veinte años con una delicadeza y educación poco comunes en alguien
criado en el campo. —Hola— Dijo Sebastián, sin saber si la falta de
aliento era por el esfuerzo físico o por la congoja que le producía
estar cerca de aquella mujer.
—Nunca fallas, cada mayo dejas esto como la entrada a un palacio—Dijo en tono amable la muchacha—.
—Sí. Mi padre lo hacía siempre; a mí también me gusta, me relaja cortar—Respondió Sebastián en todo resignado—.
—Qué afortunado tu padre, todavía siguen manteniendo las cosas como a él
le gustaban—Agregó Lucía mientras se disponía a seguir su camino—.
En ese momento Sebastián supo que estaba atrapado, sonrió levemente
esperando que Lucía no notara nada. Su pie había entrado entre dos
gruesas raíces y para sacarlo debía ponerse a maniobrar, o también podía
dar una hachazo certero y librarse más rápido de aquello, pero debía
tener buena puntería.
La muchacha llevaba prisa así que se despidió dulcemente con un gesto de
mano y siguió su camino, y menos mal, porque de haberse quedado un poco
más habría notado el hastío que aquella labor le producía a aquel
hombre.
Sebastián se quedó abstraído por unos momentos, mientras miraba su pie
enganchado y aún sin la disposición necesaria para zafarse de ahí,
pensaba absorto en lo que le acababa de decir Lucía.
«¿Cómo puede ser afortunado un hombre que está muerto? ¿De qué le sirve ahora esto?»
Soltó el hacha y se dispuso a sacar el pie con un par de movimientos, lo
iba a necesitar para ir detrás de Lucía, lo demás podía esperar.
Un buen relato para reflexionar sobre la muerte y la fortuna de los muertos que ya no tienen preocupaciones y que ademas dejaron cosas importantes en vida como hijos, jardines y consejos...todo aderezado con el detalle sangriento de un hacha clavada en un pie cuya imagen me acompaño por un rato.Buen cuento
ResponderBorrarSaludos
Primero pedirte perdón, porque escribí hace un par de días tu reseña pero al final no se envio.
ResponderBorrarIntentaré hacerlo de nuevo:
En general me ha gustado mucho tu relato, la idea central me parece muy presente siempre en la literatura y no por eso menos interesante:
...Era como si la muerte le otorgara inmediatamente la razón a las personas, y no hacer caso de lo que dijeron en vida fuera una falta de respeto capaz hasta de perturbar aquello del descanso eterno... Ese primer párrafo es potente.
Luego, personalmente pienso que tu estilo es bello por sencillo y la vez profundo, pero me pierdo en frases como:
«Lo que tendría que hacer es dejarlas crecer y así no podrían entrar en el patio los estúpidos niños de los González»,«Un día me voy a equivocar y en vez de dar un hachazo a la maleza se lo daré al pie de Miguelito», no sé si dándoles otra vuelta le darían más valor al texto (es algo súper personal, mi sensación)
Me ha gustado que has conseguido que quiera saber más del próximo encuentro entre los dos, y eso es buena señal. Creo que el cuento tiene alma de lago más grande.
Bien hecho!
Buenos días Jach: Me ha gustado mucho tu relato.
ResponderBorrarMediante la estructura que has desarrollado hemos conseguido ver que un hombre que al principio se nos presentaba como un adulto fiel seguidor de las creencias que le habían inculcado sus mayores, empieza a revelarse, no contra sus ancestros, si no contra el mundo que le rodea (le vemos lleno de contradicciones: darle un hachazo en el pie al niño y se arrepiente inmediatamente porque se acuerda de su abuela...).
Tu personaje cambia y termina con todo lo antiguo gracias al amor.
Enhorabuena. Un saludo, Menta