—Hoy, tú eres mi rival —dijo Hurtadillas retando a la hoja en blanco que
tenía ante sí. Una hoja de buen gramaje oesteño, de la excelente
calidad que era norma común para la mayoría de sus manufacturas. La elfa
frunció el gesto no convencida de sus propias palabras. Pudiera
tratarse de otra mentira en la cual ponía toda su convicción, como la de
que había nacido en las cercanías del Bosque Espeso y contaba a todo el
mundo.
“Sí, eres mi rival. Y un rival muy peligroso, pues si he de narrar
cuanto he vivido, cuanto he amado y deseado olvidar, consumiría cuanto
papel hubiera desde el principio de los tiempos hasta el final de estos”
pensó con cierto dolor. La mayoría de esos recuerdos eran amargos,
fruto de la pérdida, de quien ha vivido lo impensable y no conoce la
muerte.
—Te he buscado y nunca te he encontrado... —escribió con su lápiz
mientras lo recitaba. La bella letra destacó en el papel como una
centella en el cielo. Detuvo la escritura, aguijoneando el limón que se
encontraba sobre su escritorio portátil con la afilada punta del
lapicero, en un intento de reprimir los pensamientos generados por
dichas palabras. Le gustaba la fragancia desprendida al aire por los
agujeros provocados en la fruta amarilla. Siempre le había entusiasmado
su sabor ácido y solía comérselos incluso con su corteza, masticada por
los duros dientes sin tregua, saboreada en los escasos momentos de
relativa paz que solía disfrutar.
—Y por cuanto percibo, tú tampoco tienes piedad —habló de nuevo a la
hoja de papel como si esta poseyera vida propia, releyendo una y otra
vez el exiguo texto que se había atrevido a escribir. Poco para cuanto
querría contar a posibles lectores, demasiado para su desacostumbrada
mano, más a gusto con la empuñadura de un arma que con tan delicado
utensilio.
Se levantó de su cómodo asiento, el taburete desmontable que había
fabricado con su habitual pericia, al igual que el escritorio y cuanto
tenía a su alcance, con la sensación de haber fracasado en su empeño.
La yegua Bellandante, su montura, un magnífico ejemplar de una raza
antigua y temperamental que nadie más podría domar, se acercó hasta ella
para pastar del rico suelo que las rodeaba. El paraje era fértil y se
perdía en el horizonte. Un hermoso lugar que invitaba a la reflexión y
el día esplendido, con la temperatura suave y el sol calentado en su
justa medida, ayudaban a dicha contemplación.
—¿Qué estoy haciendo, amiga mía? —dijo a la montura quien la observó con
un gesto de inteligencia que otras caballerías no poseían—. !Escribir!
¿Para quién? ¿Para qué? Todo esto no tiene importancia. Nadie me
creería, nadie estaría dispuesto a creerme. ¿Qué sentido tiene?
—Fastidiarme. Como siempre —escuchó a sus espaldas.
Hurtadillas se volvió con cierta desgana. Había olvidado a su
acompañante, la humana Test, la denostada archimaga de Támtasia. Otro
personaje golpeado por la vida que en aquel momento se encontraba
tumbada en la hierba. Indolente y remolona como la mayoría de las veces.
—Me has despertado de mi siesta con tus gritos —quejó la maga
levantándose. Llevaba su larga cabellera negra alborotada, dándole el
porte de una fiera peligrosa al acecho de su presa. Se alisó el pelo con
sus dedos, como si fueran las gruesas púas de un peine, volviendo a
poseer un aspecto más humano, pero no por ello menos intimidatorio.
—Estabas roncando. Y no me dejabas concentrarme con tu molesta interrupción —excusó la elfa.
—!Yo no ronco! —protestó Test—. Además, ¿qué pretendes? !Escribir! Vaya
estupidez por tu parte. Te recuerdo que ya lo hiciste a través del Libro
Verde y con ello ya es suficiente. Vas a matarnos a todos si continuas
con tu inapropiado propósito. No necesitamos más relatos tuyos.
Hurtadillas no quiso responderle en ese instante. O no deseaba hacerlo,
pues la humana tenía razón en su mayor parte. El Libro Verde era algo
más que un libro, un metamorfo, una forma de vida, consciente e
inteligente. Una rareza que se había inspirado en la existencia de la
elfa, para llenar sus páginas con historias de pasados que nadie quería
conocer y con futuros que a nadie le apetecía atisbar. Era un libro
peligroso para ser leído por una mente no preparada para enfrentarse a
ese reto. Llevaba la locura a la mayoría de los seres vivos.
Muy pocos se habían adentrado en sus páginas. Test había sido uno de
esos espíritus inquietos cuya ansia de conocimientos no tenía límites. Y
después de haberse interesado en cuanto aquel libro le ofreció, no
deseaba hablar de cuanto en él había encontrado, a pesar de sobrevivir a
su lectura con un rotundo éxito. Pero Test era una criatura especial,
como la elfa. Eran iguales, aunque hubiera llegado al mundo mucho
después, o al menos, en una forma perdurable y consecuente con sus
actos. Un ser casi inmortal. Casi... pues aún la ataba al mundo una
parte irracional de que la humana no quería desprenderse. Esa parte que
la elfa había perdido, o tal vez, nunca había poseído.
—Sí roncas —dijo Hurtadillas con irrefutable seguridad—. Pero tienes
razón en lo demás. Es una temeridad escribir nada sobre mi. El mundo no
necesita a otra mediocre escritora...
—!Mediocre! Pésima diría yo... más que pésima... insufrible. Debería
quitarte todos tus utensilios de escritura: lápices, plumas, tinteros y
resmas de papel. El mundo viviría más tranquilo.
—Sí, la ignorancia da la felicidad. Es un hecho probado.
Test gruñó. Era el síntoma de que aquella conversación había terminado.
Se dio la vuelta para buscar algo con lo que saciar su apetito en uno de
sus morrales. Bonitotrasto, su vieja montura parda con tintes rojizos,
también pastaba, tranquila y segura, cerca de ellas y no parecía
interesarse por nada de cuanto discutían ambas mujeres.
—Preciosa lencería —dijo Hurtadillas con una pícara voz .
La archimaga se volvió, una parte de su falda se había enganchado en los
ornamentados tachones del ancho cinturón que rodeaba su cintura,
dejando al aire una pequeña parte de su cadera y la braga que la cubría,
sofisticada y nada común, comparadas con las de lino que eran norma
habitual, aunque la mayoría prefiriera no llevar nada bajo sus ropajes.
De fino encaje negro y cara, muy cara confección. Gruñó de nuevo al
arreglarse la ropa, pero aquel sonido no era como otros gruñidos, sino
que llevaba una carga de desconcierto que se asomó en las mejillas,
sonrojándoselas.
Una tibia mirada se dirigió a la elfa, breve y espontánea. Una mirada
llena de pasión que Hurtadillas ya había visto en pocas ocasiones
adornar los bellos ojos oscuros de la humana. Luego, volvió a ser
turbia. La mirada de alguien que también había vivido demasiado.
Sabía lo que transmitían esos ojos delatores, que la amaba y era un amor
sin condiciones. Pudiera ser que, esa fuerza capaz de permitirle leer
el Libro Verde y sobrevivir, se encontrara en algo tan sencillo como ese
amor que le profesaba. Y tan difícil de explicar a la vez.
“Te he buscado y nunca te he encontrado...” volvió a leer de la hoja de papel que hubiera deseado continuar escribiendo.
Pero, ¿a qué se refería? En un principio, al escribirla, aludía a la
muerte que nunca la alcanzaba. La deseaba, ansiaba encontrarla, pero le
era esquiva. Nunca encontraría esa paz que llenaba su diario anhelo.
Ahora no estaba tan segura. Tal vez fuera el amor lo que nunca había
hallado. Un amor sincero, verdadero y profundo como el que Test le
ofrecía. Adivinaba sus sentimientos hacía ella en todos sus gestos e
intenciones, con una rotundidad que no había encontrado en otras
personas a lo largo de su existencia.
¿Había amado alguna vez? La respuesta era sí. Había sentido amor por
otras personas y el dolor de perderlas. La muerte siempre las alcanzaba y
la dejaban sola de nuevo, celosa de esa muerte huidiza, furiosa consigo
misma y con el mundo. Amargura e ira en iguales proporciones.
¿Y por Test? ¿Qué sentía por esa humana malhumorada y caprichosa? Por
ese ser, una promesa más perdurable que cuantos había encontrado antes.
Se concentró en la hoja, y esta ardió en sus manos al estimar que ya no
era necesaria. Una llamarada azul que devoró las palabras escritas sin
un conocido propósito. ¿O no era tan desconocido?
Volvió a mirar a Test. Una mirada fugaz y tímida, recelosa de descubrir
una verdad que ella se obstinaba en callar. Solo obtuvo silencio en su
interior. Un silencio hondo como el amor de Test hacía ella. No quería
promesas, sino certezas, y allí, en aquel momento, no encontraba
ninguna. Cualquier deseo de transcribir sus memorias se desvaneció de
inmediato, para eso ya estaba el Libro Verde, aunque para cualquier
mortal significara la muerte o la demencia ahondar en sus
desconcertantes hojas.
La luz del mediodía cubría la llanura con su plenitud y la elfa decidió
que también era hora de comer algo. Cogió el agujereado limón y lo
mordisqueó con ansias mientras miraba al horizonte con una mirada
perdida. Dedujo mientras masticaba que hoy no tendría una respuesta.
Mañana, pudiera ser. Tenían todo el tiempo del mundo para encontrarla. O
casi...
Incluso los inmortales pueden dejar de serlo, si escriben demasiado sobre si mismos.
Interesante relato donde muestras el reflejo de una mujer madura, que lucha contra una hoja en blanca para poder escribir sus recuerdos,sus miedos y hasta sus fracasos.
ResponderBorrarExcelente relato, leosinprisa.
¡Saludos!
Saludos Leosinprisa:
ResponderBorrarNo sé, pero estos personajes se me hacen conocidos. Y me estoy quebrando la cabeza si en algún momento me enviaste un escrito de la historia de una elfa y una humana que andaban cruzando el mundo y dandole zurras a cuanto hombre se les cruzara... O, es consciencia colectiva y fue otro que me envío algo similar. Pena que no lo tengo en la PC, porque mi ex maquina, se murió hace tiempo y perdí todo, incluidos cuatro trabajos personales, de los cuales solo recuperé uno... sniff!
En fin, que me lo he leído de corrido y no he reparado en erratas, puntos, comas, etc. Lo he disfrutado tal cual. Así que eso ya es un punto extra.
Aunque no considero que la escena sea el miedo a la página en blanco, sino más a la incapacidad de atreverse a contar o no las memorias, he disfrutado cómo la has desarrollado con otras tramas que pueden extender esta escena. Por eso, siento que es algo que forma parte de otra cosa... :)
Muy entrenenido y muy imaginativo... aunque no soy capaz de imaginarme (recuerda que padezco de sinestesia) y la escena de comerse un limón con todo y cáscara no me fue muy placentera, jajaja... Un gran saludo.
¡Nos leemos!
Hola Leosinprisa:
ResponderBorrarGracias por pasarte por mi relato y tu comentario.
En cuanto al tuyo, excelente, con muy buenas puntas de ironía y fantástica imaginación.
Un abrazo
Hola:
ResponderBorrarPodemos considerar el folio en blanco como una mera contrariedad: "hoy no se me ocurre nada que escribir", o ampliar el concepto y sentirlo de un modo mucho más amplio...un parón ante la toma de conciencia, de reflexión sobre un hecho, puede que de tu propia vida, tanto la pasada como la que te resta. Esta segunda opción, sin desmerecer a quien optó por la primera, me parece muy interesante. Felicidades.
La fantasía y la puesta en escena del texto, da la sensación de ser una introducción para algo mucho más extenso...¿Una novela? Suerte si te animas.
Buenas, Leosinprisa.
ResponderBorrarMe ha gustado mucho tu relato y me he quedado con ganas de más, mucho más. De saber cómo se conocieron, qué les pasará... Creo que si te decides a continuar y ampliar esta historia podría salir algo muy interesante.
He encontrado una errata:
"—!Mediocre!". Se te coló un signo de exclamación al revés.
Y hay una frase que se me ha hecho un poco bola al leerla:
"Cualquier deseo de transcribir sus memorias se desvaneció de inmediato, para eso ya estaba el Libro Verde, aunque para cualquier mortal significara la muerte o la demencia ahondar en sus desconcertantes hojas." No sé porqué. Quizá sea demasiado larga.
En resumen, un gran trabajo. Ha sido un placer leerte.
Un saludo.
IreneR
Hola Leosinprisa:
ResponderBorrarYa veo que para ti no existe la hoja en blanco. Te dejan y las 750 palabras se duplican. Ojo, tómatelo como una broma no como reproche.
Me he parecido un relato bellamente escrito, con una imaginación desbordante con el enfrentamiento de los personajes. Quizás demasiados para mi gusto.
En el aspecto formal he encontrado alguna cosa que habría que corregir.
Los signos de admiración: !Escribir! deben empezar con el punto arriba: ¡Escribir!
“Vas a matarnos a todos si continuas con…” CONTINÚAS con tilde.
“Es una temeridad escribir nada sobre mi.” MÍ. Con tilde.
“dijo Hurtadillas con una pícara voz .” Unir el punto final a la palabra que le antecede.
Saludos.