La bruja de su psicóloga le advirtió del peligro de quedarse anclado en
el pasado, pero el anciano estaba allí, en la tienda de discos. Por un
altavoz sonaba una triste balada y el encargado, barbudo y calvo, tenía
mirada de gato. Pocas personas compraban en aquel establecimiento
moribundo, una metáfora de cine que reflejaba la solitaria vida del
viejo.
Antiguo rockero, pues la música había sido todo para él, tanto que
incluso llegó a apartarse de su familia, ahora ya nadie se acordaba de
su famosa figura, influyente en otros tiempos; pobre vieja gloria del
pasado. Arrastraba los pies por entre los pasillos, mirando con
negligencia las portadas de los discos de vinilo, observando caras
conocidas de su juventud; tal vez fueron rivales en las listas de éxitos
o a través de las ondas de radio...
¡Qué asco de vida! ¡Qué asco haber sido olvidado! Cuanto más lo pensaba
el anciano, más ideas lúgubres lo acercaban a la solución final: ir a su
habitación y atiborrarse de ciertas pastillas que solo se consiguen
mediante receta médica. A lo mejor así conseguía volver a ser
recordado...
Decidido, el viejo enfiló la salida de la tienda, pero le salió al paso
una sonriente cara, arrugada como una pasa. Los labios de aquel rostro
estaban pálidos, y las mejillas que los enmarcaban marchitas. La frente
del desconocido estaba surcada por tantas arrugas como la del viejo, y
aquellos ojos, aunque llenos de admiración, eran igual de añejos.
Sostenía en sus garras, invadidas de venas azules y manchas moradas, un
disco de vinilo y un rotulador. Curiosamente, la portada del álbum
contenía, en primer plano, una versión joven y alocada del anciano, casi
irreconocible por culpa de las greñas rizosas, mientras sujetaba una
guitarra eléctrica. Justo detrás, en un adecuado segundo plano, porque
sus componentes sabían quién era el líder, estaba el resto del grupo.
Respetuosamente, el de las garras le solicitó al viejo que plantara su
autógrafo en el álbum: el dulce intercambio entre un viejo ídolo y un
viejo fan. Encantado, y renovado de alguna manera, porque quedaba
patente que todavía le importaba a alguien en el mundo, el otro accedió.
¡A la porra las pastillas! ¡La vida era maravillosa!
José Luis:
ResponderBorrarMuchas gracias por publicar conmigo.
En relación a tu texto, me ha gustado mucho, ese aire nostalgico y las decisiones que parecen ser obligadas para muchos cuando no encuentran valor a sus vidas. Así que nos hace reflexionar, que la vida es hermosa, por esas pequeñas cosas... Muy lindo.
En cuanto a lo que pude notar del texto, lo leí de corrido y no me fije en casi nada, con excepción del primer párrafo que contiene las tres palabras obligadas del taller. Y es que es ahí, cuando se me hicieron muy notorias, esperaba un poco de espacio entre unas y otras.
Por lo demás, lo has llevado bien, y otro con otro ojo (que tengo un poco cansada la vista esta noche), podrá detectar algo adicional.
Pero, te felicito por darnos tan inspiradora historia. ¡Nos leemos!
Buenas, José Luis.
ResponderBorrarMenos mal que al final aparece alguien y evita la desgracia. Pobre anciano, me doy bastante pena.
Me llamó mucho la atención que utilizaras garras para las manos.
Más allá de eso, me gustó tu relato.
Yo también participo en el taller de Literautas de este mes, te dejo el enlace por si quieres leer mi texto: Canela, vainilla e incienso, http://alemaniaentrebastidores.blogspot.de/2018/03/canela-vainilla-e-incienso.html
¡Un saludo!
cualquiera:
ResponderBorrarHola José Luis. Respecto a este tema de las viejas glorias. Hace poco vi una película titulada "Bajo la misma estrella" que a buen seguro muchos conoceréis. Trata sobre una pareja de chicos jóvenes con cáncer que se conocen en un grupo de terapia. En una de estas reuniones le preguntan al chico cuál sería su peor miedo. El chico responde que el olvido. Pretende vivir una vida extraordinaria y su peor pesadilla es que nadie lo recordara una vez muerto. La chica toma la palabra y responde con un pequeño discurso que bien podría resumirse en un título de Almodóvar «nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto» «el olvido es inevitable, y si te asusta te aconsejo que lo ignores, Dios sabe que lo hace todo el mundo»
A mí me cuesta empatizar con el protagonista porque creo que la madurez consiste precisamente en la aceptación progresiva de nuestra poca importancia. Luego se da cuenta de que alguien lo recuerda y eso da una vuelta completa a la tortilla de su existencia. Quizá lo veo un poco forzado, poco realista, del suicidio a la vida maravillosa, por una mínima reputación de esa gloria pasada.
El relato es coherente y está bien escrito, pero creo que a la historia le falta fuerza.
Un saludo, espero leerte el próximo mes.