jueves, 17 de mayo de 2018

ENTRE LA CUEVA DEL DRAGON - Luis Fernando Escobar


Su interior era una flama de núcleo rojo y contornos amarillos. La sentía recorrer su cuerpo, brazos, piernas, cabeza, cerebro, un ardor insoportable lo estremecía. Las brasas le consumían el corazón, y se avivaban en tanto su mente recreaba la historia, tanta veces escuchada de labios de sus tíos, sus padres o abuelos. Un dragón se había instalado en su cuerpo y a su vez la cueva donde habitaba.
Quiso extraer todo ese recuerdo calcinado, le dolía el solo hecho de pensarlo, de sentir como por sus ojos, boca y nariz se manifestaba toda esa infección provocada por las quemaduras interiores originadas desde hacía tiempo. Su respiración se entrecortaba, cada vez que esas imágenes venían a su mente, tenía que abrir la boca para que parte de esa excitación interior encontrara la salida. No lograba hallar el hilo que le condujera al origen de ese cuento tantas veces escuchado, desde lados diferentes y con caminos tan distintos. Sus ojos se tornaron en mar para apagar el fuego cuando el dragón exhalaba.
Sentado al borde de la cama, no porfiaba por bajarse y poner el pie en el suelo, el temblor apoderado de su ser, le hacía temer irse de bruces y chocar contra las baldosas. Decidió sentarse en el centro del lecho, recogió sus piernas con los brazos y las amarró de manera fuerte, era una masa compacta. Ardía, su cuerpo era un vidrio próximo a reventar con el calor que le abrazaba. Miró alrededor y se encontró con las fotos de sus padres y tropezó con unos ojos tristes. No identificó más. Giró su cabeza sobre la izquierda y vio la ropa que usó el día anterior, puesta sobre un taburete de cuero, heredado de su abuelo y sintió un silencio guardado durante un largo tiempo. ¿Cuantas historias tendría para contar? Muchas de las que le sobrecogían, quedaban ocultas en el mutismo del objeto. 
Penetrar en la cueva donde habitaba el animal era su lucha, pero algo lo detenía, le cortaba el paso, la oscuridad no le permitía ir más allá de ese encuentro con lo que de la luz quedaba en la boca de ese hueco negro. Hasta ahí era claro, pero no donde habitaba el dragón; era imposible traspasar con los ojos ese telón oscuro, donde permanecía oculto el monstruo. Tan solo el calor que generaban sus llamas le hacía perceptible. Las inflamadas volutas de humo hacían ciego el camino.
Oprimió más fuerte las piernas contra el pecho. El miedo a sumergirse más adentro, en esa cueva y encontrarse con el lanza llamas de frente, le cohibía. Frente a la ventana se parquearon unos nubarrones negros, que hacían al cielo un manto fúnebre, dispuesto a lanzar a cantaros su pena. Para encender la luz había que bajarse de la cama y no se atrevía, porque ahora no lograba ver el piso, desapareció sin presentirlo, fue distante al tanteo de los dedos de sus pies. 
Le llegaron las imágenes de unos detectives buscándoles, a él y su hermana. Y, ¿ por qué sino estaban escondidos? No había necesidad de esculcar. Les habían dicho, escóndanse, pero el miedo de ser encontrados les ponía en evidencia. Sus respiraciones asustadas, los trémulos miembros, un llanto contenido y hasta el palpitar de los corazones, los dejaban al descubierto. El dragón se removió en la cueva y lanzó su llama flamígera. Sitió un ardor que le subía por sus extremidades, quería salir corriendo, los detectives plantados frente a su escondite, frenaban sus pies, sus manos en posición atlética no respondían y la respiración contenida solo era propicia para el miedo. 
Abrió los ojos, miró a su alrededor, no había detectives, era un hombre mayor, escondido bajo las sabanas, que sentía hervir su cuerpo y temblaba dentro de la pijama y con la cara empapada. Las negras nubes en el firmamento no habían comenzado a disolver su oscuridad amarga. Ellas seguían allí colgando, mientras luces como cuchilladas las traspasaban sin poderlas cortar.
El dragón se removió de nuevo en la cueva, las laceraciones propinadas por su hirviente vaho eran cada vez más profundas, desgarrando las emociones, lo volvieron estatua. Vio a su padre salir llorando de la casa escoltado por los detectives, mientras la mamá avanzaba hacia un vehículo, en el que se montó y partió rauda. Otro de los detectives llevaba cogidos de la mano a los dos niños, mientras decía:
—Tienen que volver a su casa. —los arrastraba, y ellos hacían repulsa y correr a pegarse a la falda de la tía. Ella, sus ojos húmedos, con un pañuelo en la mano que el viento batía, obligándole a decirles adiós sin desearlo. Sintió que mientras el detective los halaba, la boca de la cueva del dragón era más cercana y le sentía el aliento rozándole el rostro. Ya no fue miedo, fue pavor. Sus ojos querían saltar de sus cuencas, y la mirada era la de un loco.
Todo giraba a su alrededor, nada le parecía coherente, pero la pesadilla removía los recuerdos y los hacia perceptibles. Pero no lograba llegar al origen de todo aquello, porque el fondo era nebuloso. El hombre, atenazado por la fiebre, se convertía en un zurullo, escondiendo su cabeza entre las rodillas con temor de mirar al frente y encontrarse el relámpago escupido por la boca del dragón. Deseaba escapar de las telas que le cubrían en su cama, de ese mismo lecho, pero el vacío debajo de ella no le permitía poner pie en baldosa firme. La mente despavorida por la aglomeración de sin razones, no sabía a qué asirse, era un ciclón disparando momentos sin poder romper los nubarrones cargados de lluvia que permitieran que el cielo llorara.
Los detectives los montaron a un vehículo y cerraron con fuerza sus puertas, como maldiciendo con el golpe. Una mujer al interior del coche intentaba calmar sus gritos, eran inconsolables. La niña había alcanzado a dar un mordisco a la mano de unos de ellos y este ahora se apretaba un pañuelo, para estancar la sangre. 
—Me tendré que poner una vacuna —comentó con furia—a lo mejor tiene hidrofobia.
—No se preocupe que eso no se transmite de esa manera, es tan solo una niña asustada —dijo la mujer que ahora los consolaba.
Sintió que la cola del dragón le golpeaba los pulmones, respiró hondo, pero a pesar del esfuerzo los sintió vacíos. Tuvo que coger aire de nuevo, pero ellos no se llenaban, la respiración era entrecortada. El corazón achicharrado aceleró su ritmo, pero el torrente que irrigaba sus venas no fluía.
Fueron directo al aeropuerto donde les esperaba la mamá y tomaron un avión rumbo a Bogotá, donde ella vivía. Entre el llanto de los niños el nombre del padre era como una recámara. La madre les consolaba, les ponía frente a sus ojos fotos del apartamento donde estarían. Les dio un dragón y una muñeca, con lo que se fueron calmando las silabas entrecortadas y los suspiros. Finalmente se durmieron. El reptil se tranquilizó en su cueva. 
Un mes después, se encontraban los dos niños jugando en un parque en el norte de la ciudad, cuidados por una nana, a la que llamaban Yaya. Los dos corrían detrás de una pelota, cuando de improviso, un pie detuvo el juguete. Todo fue un abrazo, una sonrisa. Vamos dijo el padre, les daré una vuelta en automóvil, por el barrio. Ambos subieron y el vehículo partió raudo, mientras la mujer entrada en años solo daba gritos de alarma; su grueso cuerpo le impedía salir detrás y perseguir al intruso.
De nuevo el dragón rasgó su estómago, la candela subía por el esófago y ardía en la garganta. Se dio media vuelta en la cama, trató de profundizar su sueño, quería evadir ese lugar oscuro donde vivía la bestia. Pero no podía desprenderse de lo que le llegaba como marejadas desde un escondido rincón. Respiró hondo y sintió que una mano rosaba su frente. Abrió los ojos y se encontró con una mujer vestida de blanco y una cofia en la cabeza.
—Cálmese don Miguel, no se preocupe que está en buenas manos. Enseguida el traigo un tranquilizante. Hace un rato viene muy inquieto. No se preocupe que usted saldrá de esta. —La enfermera le hablaba con cierta ternura.
—¿Dónde está mi mujer? —su voz se notaba trastornada.
—Ella fue a la farmacia a conseguir unos calmantes para el dolor, ya debe estar llegando. —El tono de la mujer tenía un relamido como si hablara a un niño.
En ese instante entro a la habitación Verónica, su esposa. Se alarmó al ver lo sobresaltado que se encontraba su marido.
—¿Que te sucede? —lo dijo con voz excitada.
—No se preocupe, él ha estado bastante inquieto mientras dormía. Algo le está preocupando. —Verónica miró a la enfermera entornando los ojos y esta se quedó callada.
—Te traje un roscón de ariquipe con guayaba que tanto te gusta —se adelantó a decir Verónica en frente de la mirada atenta de la mujer de blanco. Sacó una de las roscas de una bolsa de papel, la puso en un plato desechable y lo colocó en la mesita donde le servían la comida a Miguel. Este se pasó la mano por la frente, se secó en sudor, cogió la rosca y le dio un leve mordisco, más por no hacer un desaire a su esposa y se recostó de nuevo sobre la almohada. El sopor lo fundió. Esta vez se encontró con la imagen del dragón despedazado en la caneca de la basura de su casa.
Los instrumentos que medían sus signos vitales enloquecieron. La enfermera le fue sobre el pecho y le comenzó a hacer masajes, mientras Verónica llamaba a un médico, con su voz medio apagada por el llanto.

2 comentarios:

  1. Buenas, Luis Fernando.

    Tu relato me ha dejado bastante confundida. No he llegado a entender qué era eso de los detectives, porque, de pronto, son niños, la cueva del dragón...
    Creo haber entendido que el protagonista está en sus últimos momentos de vida y que todo lo que se cuenta con anterioridad son sus delirios antes de morir.
    Pero me ha resultado un tanto confuso todo.

    Perdona que no haya entendido lo que querías transmitirnos.

    Un saludo.

    IreneR

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  2. Hola Luis Fernando
    Me gusta mucho tu manera de escribir y como tus descripciones envuelven al lector de manera tal, de no poder dejar de leer. A mi entender, corrígeme si estoy mal, creo que el dragón representa un temor en el niño. Aparentemente el papá los ha secuestrado. Expresa un trauma muy grande. Lo que me resulta algo confuso es que los detectives se llevan preso al padre pero dice que ellos lloraban por la tia y no por la madre que dice se sube a un auto.
    Muy interesante la manera tambien en que haces ver como el niño se mira a el ya viejo en la cama del hospital.
    Me gustó mucho, si quieres pasa por mi relato y comentas esta tres antes que el tuyo. Saludos fue un placer leerte.

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