Fatigado, quedó detenido al ingreso de la caverna. Desde el fondo le
llegó el rugido. Se dio cuenta que la historia del maestro había dejado
de ser legendaria.
Takeo se educó desde pequeño en el ancestral templo Kotoku─in, bajo la
guía del maestro Yasuhiro, de la dinastía Chang. Era voluntad de sus
padres, que el mayor de sus hijos creciera en la disciplina ascética.
Para el sabio budista, el ser humano podía lograr la mayor perfección,
solo si alcanzaba el dominio de sí mismo, y con esto, un estado de paz
interior permanente. Takeo fue el primero de sus discípulos en entender
este principio, pero no podía incorporarlo a su existencia. Desde niño,
el joven era ocasionalmente presa de un sueño terrorífico: un monstruo
lo perseguía asediándole por montes y valles; jamás lo alcanzaba, pero
tampoco dejaba de atormentarlo. En la pesadilla, la historia nunca
acababa; era un reciclaje permanente del proceso siniestro y desolador.
En su estrategia pedagógica, Yasuhiro narraba la leyenda del dragón
Fudo. Habitante del Himalaya, custodiaba en su guarida el arcón
milenario “de las emociones”. Así, deseaba transmitirles que solo
mediante el coraje y el heroísmo, podrían derribar al “gran mal”,
dejando que emergiera el Bien Supremo. Claro que, para Takeo, éste mito
se transformo en realidad desde el momento en que advirtió que debía
enfrentar a la “bestia” para su liberación definitiva.
Se dirigió al sur, y durante mucho tiempo buscó, a lo largo del gran
Himalaya, una señal para llegar a la remota cueva. Caminó en soledad,
sorteando ríos, valles y montes nevados; las alturas siderales le
hicieron presentir la presencia de Dios, fuere quien fuere; habló con
gente de pueblos milenarios. Algunos decían haber escuchado sobre Fudo,
pero nadie lo había visto. Era evidente que lo que comenzó siendo
leyenda (según él mismo interpretó de su maestro), cada vez más adoptaba
forma concreta en la imaginación de los lugareños. El monstruo vivía en
el corazón de la montaña. Hacia allí debería dirigir sus pasos.
—La cueva la hallarás detrás del monte Akiyama ─ dijo el anciano
mientras ordenaba enceres en el establo─; aquel del pico nevado que ves
donde se oculta el sol. Deberás llegar hasta allí, y solo. Quienes
fueron antes, jamás regresaron. En la aldea se cree que el mismo demonio
está encarnado en Fudo. Pensó que pagaba un precio muy alto por su
libertad. Tal vez, era razón suficiente para que muchos murieran
esclavos.
Le llevo dos días atravesar el valle y la montaña hasta encontrar la oscura entrada.
Caminó a tientas por la oscuridad absoluta. Solo la luz de la tea
hecha con tela embebida en aceite, interrumpía la penumbra. El miedo
atenazaba sus sentidos, pero el pensamiento de los frutos que recogería,
lo impulsaba a avanzar. Y el rugido se escuchaba más cerca. Pensaba
que solo contaba con un puñal, regalo de su padre. Palpando la roca fría
en derredor, notó la interrupción de la pared, como si el estrecho
espacio por el que se desplazaba se ampliara a un abismo infinito y
profundo.
Por instantes interrumpió sus pasos, sin decidir qué hacer. Desplazó la
débil antorcha hacia adelante, y la tenue claridad se acentuó con lo que
él creyó una hoguera, en el otro extremo. Su impresión pronto fue
contrariada: el fuego provenía de la garganta del espantoso… ¿animal? La
llamarada salía junto a un estrepitoso alarido proveniente del rugoso
vientre, invadiendo el tenebroso espacio, tan luctuoso cómo el ser que
lo habitaba.
Intentó sorprenderlo por atrás, pero la bestia lo descubrió mostrándole
los verdes ojos que resaltaban en la oscuridad. Aprovechando las
aptitudes físicas aprendidas, apagó la tea, trepando a una terraza
labrada en la roca. Pensaba que si lograba inutilizar unos de sus ojos,
le sería más fácil llegar al corazón. Saltó en la penumbra desde la
terraza, aprovechando la claridad dada por el fuego que salía de la boca
del dragón; se posicionó en el lomo de la bestia y escaló, aprovechando
sus escamas, hasta llegar a la cabeza, mientras el monstruo se
zamarreaba para desprendérselo. Levantando el puñal con ambas manos, lo
hundió en su ojo izquierdo. Fudo entró en un frenesí de dolor y
violencia, arrojando a Takeo por los aires, hasta chocar con las rocas
aledañas.
Al regresar de su inconsciencia. El silencio en medio de la fría
oscuridad, lo atemorizó dándole una sensación inminente de muerte. No
sabía cuánto tiempo transcurrió desde que el dragón lo expulsara por el
aire. Solo encontró una llama cerca de donde él estaba y al lado, una
sombra que no podía identificar. Se acerco con dudas. El ruido
ensordecedor de unos instantes atrás, dio paso a un silencio molesto. Al
llegar junto a la pequeña hoguera, comprobó que la sombra siniestra
correspondía a un pequeño baúl, de madera gastada y correderas
metálicas. Fabrico otra tea. Alzó la tapa del arcón e iluminó en su
interior con el corazón a punto de explotar. Pero nada halló. Se
preguntó dónde estaría ahora Fudo, a la vez que se sentía revestido de
una extraña serenidad, cómo si hubiese desembarazado de pesada carga.
Emprendió el camino de regreso por el túnel oscuro hasta ver una luz que
parecía indicar la salida.
Se sorprendió verse recostado en su sencilla cama, en el monasterio. El
sol se colaba por la ventana de la celda. Sentado a su lado, el maestro
Yasuhiro lo observaba sonriente. Quiso decir algo, pero el sabio lo
interrumpió:
—Levántate, sal a la vida. Venciste tus miedos.
Comprendió que había ganado la batalla por el dominio de sí mismo.
El arcón de las emo-ciones fue cerrado y el dragón interior sepultado
para siempre.
***
Nota: El relato fue enviado para ser publicado en la recopilación, pero el autor del mismo también tiene un blog propio, si deseas visitarlo y dejarle un comentario también ahí puedes hacerlo, solo dale clic al enlace: http://mauricenipapaian.blogspot.com.ar/2018/05/fulgor-en-la-oscuridad-para-literautas.html
Hola, me encanta la analogía del dragón/miedos personales/emociones y me viene muy a cuento en estos momentos. Lo difícil de esa lucha también está muy bien reflejado y el final está muy bien.
ResponderBorrarSaludos!