El pequeño Jorge, como cualquier niño de seis años, tiene una imaginación vivaz y la realidad se entremezcla con la fantasía.
Su más reciente fascinación son los dragones. Fue por casualidad que
descubrió el cuadro de San Jorge luchando con un dragón mientras jugaba
en el sótano de la casa de sus abuelos.
– ¿Quién es ese guerrero en el cuadro? –preguntó Jorgito a su abuelo.
–Es San Jorge, quien liberó a la antigua ciudad de Libia de la rabia de
un dragón, y tú y yo llevamos el mismo nombre –le contestó en tono
misterioso.
Eso fue suficiente para darle rienda suelta a la imaginación del
pequeño. Se veía luchando con dragones y liberando a su familia y amigos
de las terribles garras del dragón.
De regreso de la escuela apenas si comía para poder salir al jardín
donde pasaba las tardes con su brillante armadura, escudo y espada en
mano librando batallas terribles en contra de los dragones que acechaban
el castillo, mientras que Toby, su fiel escudero, ladraba y corría tras
él.
Casi siempre las batallas se veían interrumpidas por su madre, quien lo
obligaba a entrar en la casa y despojarse de sus armaduras para meterse a
bañar. No había argumento que convenciera a su madre del peligro que
los acechaba.
–Toby se hará cargo– siempre le contestaba su madre.
Durante la cena Jorge narraba a sus padres sus aventuras con tal vividez
que parecía fuera real lo que contaba. Antes de dormir salía a darle
las buenas noches a Toby y a decirle tuviera cuidado del dragón. Toby
ladraba y moviendo su cola se iba a su casa al fondo del jardín.
Jorge se levantó muy de mañana ese sábado, con cuidado de no despertar a
sus papás se puso su armadura, tomó su espada y su escudo y salió al
jardín.
–Toby… Toby… le llamó Jorge con un susurro, pero el fiel escudero no
aparecía. Jorge continuó llamándolo mientras se acercaba a su casita. Al
llegar vio que estaba echo bolita y no se movía. Se arrodillo para
poder meterse y tocarlo, ¡estaba muy frío!
A pesar de su corta edad, Jorge supo inmediatamente que estaba muerto.
Los ojos se le inundaron de lágrimas mientras se acurrucaba al lado de
Toby. De tanto llorar se quedó dormido hasta que su madre lo despertó
con suavidad. Se abrazó con fuerza a ella mientras entre sollozos le
decía que el dragón había matado a Toby.
Por más que le explicaban que Toby ya estaba muy viejito y había muerto
de forma natural, nadie podía quitarle a Jorge la idea de que había sido
el dragón quien había matado a su fiel amigo.
Por la tarde su padre hizo un hoyo bajo el naranjo del jardín, y ahí
enterraron a Toby, con sus juguetes favoritos y algunas croquetas por si
le daba hambre. Jorge no quiso separarse de la tumba de su escudero. Ya
entrada la tarde decidió ir en busca del dragón y terminar con el
asunto. Le rezó a San Jorge con la oración que le había enseñado su
abuelita: “San Jorge bendito amarra tu animalito con un cordoncito
bendito”. Empuñó su espada y salió en busca de la cueva del dragón.
Recorrió minuciosamente cada rincón del jardín hasta que dio con un
pequeño agujero justo detrás de la casita de Toby. Sintió un escalofrío
que le recorrió todo el cuerpo, pero el recuerdo de su fiel amigo le dio
la fortaleza que necesitaba para continuar. Con la punta de su espada
empezó a cavar, las sombras de la noche ya empezaban a cubrir el jardín y
solo las farolas de la calle derramaban su pálida luz sobre el jardín.
En el momento en el que Jorge se detuvo para recobrar el aliento vio con
el rabillo del ojo que algo se movía entre las plantas. El miedo lo
paralizó por un momento, despacio giró la cabeza para ver mejor y ¡ahí
estaba!
Sus grandes ojos lo miraban sin parpadear, su larguísima lengua entraba y salía de su boca con una velocidad impresionante.
Jorge empuño la espada, pero algo en su interior le detuvo, sabía que la
venganza no era buena, su mama siempre se lo repetía cuando se peleaba
con sus amigos y primos. Debía perdonar. Pero, ¿como se le hace para
perdonar a un dragón? En ese momento su padre quien venía a buscarlo, se
arrodillo junto a él y con voz suave le dijo:
–Mira hijo, un geco, el pobre está paralizado de miedo por tu armadura y tu espada.
–¿Un geco? –pregunto Jorge.
Con un movimiento rápido su padre tomo al geco entre sus manos y
acercándolo lentamente a su hijo le dijo. –Puedes tocarlo, no te hará
daño.
Dejando su espada y con mano temblorosa, tímidamente toco al animalito,
el cual se aferró al dedo de Jorge con sus pequeños dedos pegajosos.
Jorge sonrió ante el inesperado contacto.
–Creo que le has caído bien –dijo su padre.
–¿Te gustaría que lo adoptáramos como mascota? –y sin esperar a que
Jorge contestara le empezó a explicar que los gecos son de la familia de
los reptiles, que comen pequeños insectos y que gracias a los diminutos
pelos que tienen en sus dedos pueden escalar y pegarse en cualquier
superficie.
Jorge estaba maravillado, su imaginación empezó a volar y a saborear
todos los lugares a donde podría escalar con su nuevo amigo. Lo tomó con
cuidado de entre las manos de su papá y con voz seria empezó a
platicarle lo que le había ocurrido a Toby. Le dijo que podía ser su
nueva mascota, pero le advirtió que no podrían volver a jugar a los
dragones pues Toby ya no estaba para defenderlos. Antes de entrar en la
casa, se volvió hacia su papá y le dijo:
–Puedes enterrar mi armadura junto a Toby, ¡ya no la necesitaré!
Hola Gina Layola:
ResponderBorrarPrimera vez que leo algo tuyo. Es una escena infantil muy bien lograda, muy tierna, donde pueden reconocerse tantas historias de cada uno de nosotros los humanos. Sólo encontré "vividez" que no existe como palabra. Podrías cambiar un poco la oración si quieres poner vívidamente o de manera muy vívida. Fácil de solucionar.
Te felicito
Muchas gracias por tu comentario! Me surgió la duda de la palabra, sin embargo te confieso que la he escuchado y yo misma la uso en conversación. Gracias por hacerlo notar.
ResponderBorrarSaludos.
Buenas, Gina.
ResponderBorrarMe ha gustado mucho tu relato, me ha recordado un poco al que yo misma he escrito.
Creo que lo has sabido llevar muy bien y nos has transportado a esos días de infancia en la que la imaginación era el mejor medio de transporte para llegar a lugares increíbles llenos de aventuras.
Solo he encontrado dos fallos:
- "–Toby… Toby… le llamó Jorge con un susurro, ". Falta la raya del narrador.
- "su mama siempre se lo repetía cuando se peleaba con sus amigos y primos.". Falta la tilde de mamá.
Ha sido un placer leer tu relato.
Un saludo.
IreneR
Hola Gina. Es todo un tema este de las aventuras infantiles, esa exploración de la mirada inocente que se enfrenta a los miedos, a los retos y los envuelve con su hipnótica fantasía. Resalta la atención en tu historia esa doble dimensión del mundo: la que está en los ojos de los niños: grandiosa, enigmática, elocuente; y la que dicta en la sensatez de los adultos, pobres seres de razón ecuánime. En este caso, sin embargo, es el adulto el que sabe guiar la mano pequeña del niño: para transformar el rencor en comprensión, y allí dónde existía venganza y duelo, vencer el miedo en el amor, y la soledad en la amistad.
ResponderBorrarEn resumen, me parece un bonito cuento infantil. Enhorabuena.
Tercera vez que me pasa ya. Mi cabezota no tiene remedio. Y es extraño que siendo cualquiera, no me acostumbre a esto de ser anónimo.
ResponderBorrarCualquiera, el que hace el comentario quiero decir, justo en el piso de arriba.
Hola Irene,
ResponderBorrarUna bonita historia, en la cual se diferencia, claramente, la imaginación e inocencia de un niño con la de un adulto; ésta etapa mágica, como es la infancia.
Has hecho una buena introducción, nudo y desenlace y una mezcla de ternura, tristeza y alegría.
Me he dado cuenta, que quizás, falte alguna coma en las siguientes frases:
Al llegar vio que estaba echo bolita y no se movía. Se arrodillo para poder meterse y tocarlo, ¡estaba muy frío! (creo que entre llegar y vio debería ir una coma)
En el momento en el que Jorge se detuvo para recobrar el aliento vio con el rabillo del ojo que algo se movía entre las plantas (entre aliento y vio también creo que faltaría una coma). Yo lo veo así.
¡Felicidades!
Te leo en el próximo texto.
Saludos.
Rosanna
Hola Gina Layola: Me ha gustado mucho tu relato. Lo he leído con el mismo ritmo con el que leo los cuentos infantiles.
ResponderBorrarNos has metido de cabeza en el mundo imaginativo de los niños y nos hemos encariñado con tu personaje y su fiel escudero.
Ha habido pasajes que me han evocado circunstancias personales de cuando era niña. Recuerdo la primera vez que vi las patitas con ventosas de una salamanquesa. Fue tan bonito que una oleada de ternura me invadió y me hice incondicional de esta familia de animales.
En cuanto a la forma, estructura, sintasis, ortografía, lo he visto todo perfecto.
Muchas gracias por compartir este bonito cuento con todos nosotros. Un saludo, Menta
Hola Gina: Los recuerdos de la infancia siempre son motivo de inspiración para escribir. Como me llamo Jorge, de pequeño siempre me preguntaban por mi dragón, al que no llegué a conocer y eso que tuve todo tipo de mascotas, incluso algún reptil, para espanto de mi madre, aunque el geco lo he tenido que buscar en internet. Gracias por la frescura de tu relato.
ResponderBorrarHasta pronto,
Jorge G. Labajos