Su interior era una flama de núcleo rojo y contornos amarillos. La 
sentía recorrer su cuerpo, brazos, piernas, cabeza, cerebro, un  ardor 
insoportable lo estremecía. Las brasas le consumían el corazón, y se 
avivaban en tanto su mente recreaba la historia, tanta veces escuchada 
de labios de sus tíos, sus padres o abuelos. Un dragón se había 
instalado en su cuerpo y a su vez la cueva donde habitaba.
Quiso extraer todo ese recuerdo calcinado, le dolía el solo hecho de 
pensarlo, de sentir como por sus ojos, boca y nariz se manifestaba toda 
esa infección provocada por las quemaduras interiores originadas desde 
hacía tiempo. Su respiración se entrecortaba, cada vez que esas imágenes
 venían a su mente, tenía que abrir la boca para que parte de esa 
excitación interior encontrara la salida. No lograba hallar el hilo que 
le condujera al origen de ese cuento tantas veces escuchado, desde lados
 diferentes y con caminos tan distintos. Sus ojos se tornaron en mar 
para apagar el fuego cuando el dragón exhalaba.
Sentado al borde de la cama, no porfiaba por bajarse y poner el pie en 
el suelo, el temblor apoderado de su ser, le hacía temer irse de bruces y
 chocar contra las baldosas. Decidió sentarse en el centro del lecho, 
recogió sus piernas con los brazos y las amarró de manera fuerte, era 
una masa compacta. Ardía, su cuerpo era un vidrio próximo a reventar con
 el calor que le abrazaba. Miró alrededor y se encontró con las fotos de
 sus padres y tropezó con unos ojos tristes. No identificó más. Giró su 
cabeza sobre la izquierda y vio la ropa que usó el día anterior, puesta 
sobre un taburete de cuero, heredado de su abuelo y sintió un silencio 
guardado durante un largo tiempo. ¿Cuantas historias tendría para 
contar? Muchas de las que le sobrecogían, quedaban ocultas en el mutismo
 del objeto. 
Penetrar en la cueva donde habitaba el animal era su lucha, pero algo lo
 detenía, le cortaba el paso, la oscuridad no le permitía ir más allá de
 ese encuentro con lo que de la luz quedaba en la boca de ese hueco 
negro. Hasta ahí era claro, pero no donde  habitaba el dragón; era 
imposible traspasar con los ojos ese telón oscuro, donde permanecía 
oculto el monstruo. Tan solo el calor que generaban sus llamas le hacía 
perceptible. Las inflamadas volutas de humo hacían ciego el camino.
Oprimió más fuerte las piernas contra el pecho. El miedo a sumergirse 
más adentro, en esa cueva y encontrarse con el lanza llamas de frente, 
le cohibía. Frente a la ventana se parquearon unos nubarrones negros, 
que hacían al cielo un manto fúnebre, dispuesto a lanzar a cantaros su 
pena. Para encender la luz había que bajarse de la cama y no se atrevía,
 porque ahora no lograba ver el piso, desapareció sin presentirlo, fue 
distante al tanteo de los dedos de sus pies. 
Le llegaron las imágenes de unos detectives buscándoles, a él y su 
hermana. Y, ¿ por qué sino estaban escondidos? No había necesidad de 
esculcar. Les habían dicho, escóndanse, pero el miedo de ser encontrados
 les ponía en evidencia. Sus respiraciones asustadas, los trémulos  
miembros, un llanto contenido y hasta el palpitar de los corazones, los 
dejaban al descubierto. El dragón se removió en la cueva y lanzó su 
llama flamígera. Sitió un ardor que le subía por sus extremidades, 
quería salir corriendo, los detectives plantados frente a su escondite, 
frenaban sus pies, sus manos en posición atlética no respondían y la 
respiración contenida solo era propicia para el miedo. 
Abrió los ojos, miró a su alrededor, no había detectives, era un hombre 
mayor, escondido bajo las sabanas, que sentía hervir su cuerpo y 
temblaba dentro de la pijama y con la cara empapada. Las negras nubes en
 el firmamento no habían comenzado a disolver su oscuridad amarga. Ellas
 seguían allí colgando, mientras luces como cuchilladas las traspasaban 
sin poderlas cortar.
El dragón se removió de nuevo en  la cueva, las laceraciones propinadas 
por su hirviente vaho eran cada vez más profundas, desgarrando las 
emociones, lo volvieron estatua. Vio a su padre salir llorando de la 
casa escoltado por los detectives, mientras la mamá avanzaba hacia un 
vehículo, en el que se montó y partió rauda. Otro de los detectives 
llevaba cogidos de la mano a los dos niños, mientras decía:
—Tienen que volver a su casa. —los arrastraba, y ellos hacían repulsa y 
correr a pegarse a la falda de la tía. Ella, sus ojos húmedos, con un 
pañuelo en la mano que el viento batía, obligándole a decirles adiós sin
 desearlo. Sintió que mientras el detective los halaba, la boca de la 
cueva del dragón era más cercana y le sentía el aliento rozándole el 
rostro. Ya no fue miedo, fue pavor. Sus ojos querían saltar de sus 
cuencas, y la mirada era la de un loco.
Todo giraba a su alrededor, nada le parecía coherente, pero la pesadilla
 removía los recuerdos y los hacia perceptibles. Pero no lograba llegar 
al origen de todo aquello, porque el fondo era nebuloso. El hombre, 
atenazado por la fiebre, se convertía en un zurullo, escondiendo su 
cabeza entre las rodillas con temor de mirar al frente y encontrarse el 
relámpago escupido por la boca del dragón. Deseaba escapar de las telas 
que le cubrían en su cama, de ese mismo lecho, pero el vacío debajo de 
ella no le permitía poner pie en baldosa firme. La mente despavorida por
 la aglomeración de sin razones, no sabía a qué asirse, era un ciclón 
disparando momentos sin poder romper los nubarrones cargados de lluvia 
que permitieran que el cielo llorara.
Los detectives los montaron a un vehículo y cerraron con fuerza sus 
puertas, como maldiciendo con el golpe. Una mujer al interior del coche 
intentaba calmar sus gritos, eran inconsolables. La niña había alcanzado
 a dar un mordisco a la mano de unos de ellos y este ahora se apretaba 
un pañuelo, para estancar la sangre. 
—Me tendré que poner una vacuna —comentó con furia—a lo mejor tiene hidrofobia.
—No se preocupe que eso no se transmite de esa manera, es tan solo 
una niña asustada —dijo la mujer que ahora los consolaba.
Sintió que la cola del dragón le golpeaba los pulmones, respiró 
hondo, pero a pesar del esfuerzo los sintió vacíos. Tuvo que coger aire 
de nuevo, pero ellos no se llenaban, la respiración era entrecortada. El
 corazón achicharrado aceleró su ritmo, pero el torrente que irrigaba 
sus venas no fluía.
Fueron directo al aeropuerto donde les esperaba la mamá y tomaron un 
avión rumbo a Bogotá, donde ella vivía. Entre el llanto de los niños el 
nombre del padre era como una recámara. La madre les consolaba, les 
ponía frente a sus ojos fotos del apartamento donde estarían. Les dio un
 dragón y una muñeca, con lo que se fueron calmando las silabas 
entrecortadas y los suspiros. Finalmente se durmieron. El reptil se 
tranquilizó en su cueva. 
Un mes después, se encontraban los dos niños jugando en un parque en el 
norte de la ciudad, cuidados por una nana, a la que llamaban Yaya. Los 
dos corrían detrás de una pelota, cuando de improviso, un pie detuvo el 
juguete. Todo fue un abrazo, una sonrisa. Vamos dijo el padre, les daré 
una vuelta en automóvil, por el barrio. Ambos subieron y el vehículo 
partió raudo, mientras la mujer entrada en años solo daba gritos de 
alarma; su grueso cuerpo le impedía salir detrás y perseguir al intruso.
De nuevo el dragón rasgó su estómago, la candela subía por el esófago y 
ardía en la garganta. Se dio media vuelta en la cama, trató de 
profundizar su sueño, quería evadir ese lugar oscuro donde vivía la 
bestia. Pero no podía desprenderse de lo que le llegaba como marejadas 
desde un escondido rincón. Respiró hondo y sintió que una mano rosaba su
 frente. Abrió los ojos y se encontró con una mujer  vestida de blanco y
 una cofia en la cabeza.
—Cálmese don Miguel, no se preocupe que está en buenas manos. 
Enseguida el traigo un tranquilizante. Hace un rato viene muy inquieto. 
No se preocupe que usted saldrá de esta. —La enfermera le hablaba con 
cierta ternura.
—¿Dónde está mi mujer? —su voz se notaba trastornada.
—Ella fue a la farmacia a conseguir unos calmantes para el dolor, 
ya debe estar llegando. —El tono de la mujer tenía un relamido como si 
hablara a un niño.
En ese instante entro a la habitación Verónica, su esposa. Se alarmó al ver lo sobresaltado que se encontraba su marido.
—¿Que te sucede? —lo dijo con voz excitada.
—No se preocupe, él ha estado bastante inquieto mientras dormía. 
Algo le está preocupando. —Verónica miró a la enfermera entornando los 
ojos y esta se quedó callada.
—Te traje un roscón de ariquipe con guayaba que tanto te gusta —se 
adelantó a decir Verónica en frente de la mirada atenta de la mujer de 
blanco. Sacó una de las roscas de una bolsa de papel, la puso en un 
plato desechable y lo colocó en la mesita donde le servían la comida a 
Miguel. Este se pasó la mano por la frente, se secó en sudor, cogió la 
rosca y le dio un  leve mordisco, más por no hacer un desaire a su 
esposa y se recostó de nuevo sobre la almohada. El sopor lo fundió. Esta
 vez se encontró con la imagen del dragón despedazado en la caneca de la
 basura de su casa.
Los instrumentos que medían sus signos vitales enloquecieron. La 
enfermera le fue sobre el pecho y le comenzó a hacer masajes, mientras 
Verónica llamaba a un médico, con su voz medio apagada por el llanto.
 
Buenas, Luis Fernando.
ResponderBorrarTu relato me ha dejado bastante confundida. No he llegado a entender qué era eso de los detectives, porque, de pronto, son niños, la cueva del dragón...
Creo haber entendido que el protagonista está en sus últimos momentos de vida y que todo lo que se cuenta con anterioridad son sus delirios antes de morir.
Pero me ha resultado un tanto confuso todo.
Perdona que no haya entendido lo que querías transmitirnos.
Un saludo.
IreneR
Hola Luis Fernando
ResponderBorrarMe gusta mucho tu manera de escribir y como tus descripciones envuelven al lector de manera tal, de no poder dejar de leer. A mi entender, corrígeme si estoy mal, creo que el dragón representa un temor en el niño. Aparentemente el papá los ha secuestrado. Expresa un trauma muy grande. Lo que me resulta algo confuso es que los detectives se llevan preso al padre pero dice que ellos lloraban por la tia y no por la madre que dice se sube a un auto.
Muy interesante la manera tambien en que haces ver como el niño se mira a el ya viejo en la cama del hospital.
Me gustó mucho, si quieres pasa por mi relato y comentas esta tres antes que el tuyo. Saludos fue un placer leerte.