Los ojos amarillos, grandes como soles en la plenitud del mediodía y con
 ese brillo interior que solo los seres imbuidos de antigua magia 
poseen, observaban a la recién llegada. Una humana pequeña, una  de sus 
crías, seres insensatos y desvalidos como no había otros en la creación.
La niña caminaba, con su juguete de trapo entre sus brazos, internándose
 en la profunda cueva para guarecerse de la lluvia y el viento helado 
del exterior. Sus pasos eran lentos, indecisa al descubrir que en aquel 
lugar habitaba la luz y era acogedor frente a la hostilidad que reinaba 
afuera. Miles de hongos brillaban en su techo, con un resplandor verde 
azulado, proporcionándole la seguridad que le faltaba para adentrarse en
 lo desconocido. Se imponía el silencio y un suave viento, cálido y 
susurrante, que la golpeaba en sucesivos intervalos, secaba sus húmedas 
ropas.
Estornudó, y sintió un escalofrío. Se había demorado en encontrar ese 
refugio y el malestar general era un justo pago por su torpeza. Sus 
padres le habían enseñado a vivir en la naturaleza y...
Los dos ojos amarillos contemplaron como la niña se quedaba rígida. Algo
 en ella parecía roto, como el muñeco deshecho con forma humana que 
abrazaba con desesperación. La estudiaron con cuidado, con el 
detenimiento que una mente preparada por la experiencia de incontables 
años de vivencias y conocimientos, poseía. Decidió cambiar, y los ojos 
amarillos disminuyeron de tamaño para adaptarse a su nueva forma, 
avanzando desde su escondite hasta encontrarse con la cría humana.
Casta, pues ese era el nombre de la niña que se estremecía con su mirada
 vacía, se dio cuenta de que allí había alguien más. Otra niña, de 
cabellos oscuros con un extraño mechón irisado, que la observaba plena 
de curiosidad en su rostro.
—Hola —dijo Casta a la desconocida, aún aturdida por sus pensamientos.
—Hola, ¿quién eres? A mi madre no le gustan los intrusos —dijo la niña 
del mechón irisado, con una voz tan cálida como aquel viento que agitaba
 las ropas de ambas.
—Soy Casta de Villanada. Me he perdido —contestó con agitación en sus palabras.
—Pues ahora te he encontrado. Perdida y hallada la niña se encuentra 
salvada —habló como si  aquella situación fuera un amable juego.
—¿Cual es tu nombre? —preguntó Casta confusa.
—¡Mi nombre! —la niña de la cueva se quedó pensativa—. Puedes llamarme Ancalagonaseurixmelandindraga.
—Ancala... —Casta se veía incapaz de recordarlo.
—Con Anca me basta —rectificó con rapidez.
—Sí, Anca, es más corto y bonito.
Anca sonrió, aunque a ella, su nombre completo, mucho más largo que el 
abreviado que había nombrado en primer lugar, le parecía perfecto, pero 
la humana no sabía captar los diversos matices que se perdían con tan 
corto enunciado, por ello decidió adaptarlo a una extrema simpleza que 
Casta pudiera comprender. Sin embargo, era evidente el deplorable estado
 en que se encontraba la visitante. Estaba enferma, los ojos delataban 
una fuerte fiebre y su cuerpo se estremecía, a punto de desmayarse. Se 
acercó hasta ella para detenerse al alcance de sus brazos.
Casta pudo ver que aquella niña de la cueva tenía unos ojos brillantes, 
amarillos, muy raros. No eran como los de otras personas que conocía. Su
 pupila era alargada, como la de los reptiles que su padre cazaba. Aquel
 recuerdo la hizo estremecerse con fuerza.
—¡Papá! ¡Mamá! —gritó desesperada.
—¡Chiss! vas a despertar a mi madre —dijo Anca mirando preocupada hacía 
el interior de la cueva. Casta se inclinó como un árbol que hubiera sido
 cortado de un solo tajo, la otra niña la agarró evitando que se 
golpeara contra el suelo de piedra. El viento cálido se detuvo. Anca 
sabía lo que eso significaba: ella se acercaba.
Los poderosos pasos se transmitieron con fuerza por el piso de la cueva.
 Anca cogió a Casta y la escondió en una grieta, fuera de los 
escrutadores ojos de la vengativa dragona, quien había perdido a su 
pareja hacía tiempo, víctima de unos cazadores, pagando a su vez con sus
 vidas aquel asesinato sin sentido. No todos los dragones eran malvados,
 sino una minoría que provocaba que el resto de seres los miraran como 
si fueran unos monstruos. Eso le pareció injusto, los humanos también se
 comportaban de igual manera, algunos de ellos también tenían 
intenciones siniestras y no se les juzgaba por unos pocos individuos, 
salvo su madre. No sabía como ella reaccionaría y si la vida de Casta 
sería un reconfortante tributo para un corazón herido por las 
incomprensiones entre ambos mundos. 
Para Anca, Casta era un ser inocente y su primer pensamiento era salvaguardar su existencia, incluso ante la cólera de su madre.
—He oído voces humanas —escuchó con poderosa insistencia, proveniente de
 una titánica dragona plateada cuyo nacimiento se situaba en los inicios
 del propio mundo donde habitaban, aproximándose rauda hasta su hija.
—Era yo, estaba practicando mis habilidades de cambiaforma —habló Anca, 
en su lengua materna, con resuelta desenvoltura. Su madre gruñó, alzando
 su poderoso cuello en cuyo final destacaba una majestuosa cabeza que la
 miró sorprendida.
—Sabes que no me gusta verte con esa apariencia. Detesto a esas alimañas
 carentes de inteligencia y compasión —volvió a gruñir con cierto 
desagrado. Olisqueó a su alrededor frunciendo varias escamas plateadas 
de sus penetrantes ojos—. Te felicito, hija mía, has sabido captar a la 
perfección la insana constitución de los deplorables humanos, tanto en 
forma, movimiento e incluso el olor.
Anca conocía de la dificultad de engañar a su madre. De hecho, sabía que
 no podría hacerlo, tal era la suprema inteligencia de la que siempre 
hacía gala y su peculiar tono al hablar delataba que conocía de su 
secreto.
—Haz que salga de inmediato de su escondite. Seré generosa y le daré una muerte rápida —dijo mirando a su hija con severidad.
—Madre...
—¡Qué salga ya! —exclamó con una potente voz que hizo temblar la cueva.
Anca se dirigió a la grieta, recogió a Casta, quien aún no se había recobrado y estaba sin sentido, depositándola ante su madre.
—Aquí está. Una cría humana, enferma y desfallecida. 
La ancestral dragona miró aquel ínfimo despojo, por sus ollares salieron
 unas vaharadas de fuego mágico que no llegaron a alcanzar a su víctima.
 Anca lo evitó, desviándolas de su trayectoria. Las piedras donde 
impactaron ardieron en un potente fuego verde que las consumió al 
instante.
—No, madre. No consentiré tan horrendo crimen. —La joven dragona se interpuso entre ambas.
—Mi querida hija, tienes un noble corazón. Pero con los humanos tu 
generosidad será tu pérdida. No les debes dar cuartel. Nunca. No lo 
merecen.
—Tampoco merece tu rencor. Las dos perdimos algo que amábamos y debemos 
demostrar que, como seres inteligentes, nuestra piedad supera su total 
ignorancia. Sus progenitores han sido atacados por nuestros congéneres 
que deberían haber demostrado no ser como ellos. He conocido el terror 
en sus ojos al ver los míos.
Su madre abrió los suyos con fuerza. Unos ojos amarillos como los de su 
hija, con cierto tono anaranjado que cubría los bordes interiores y que 
hablaban de la enorme longevidad que poseía. Se quedó mirando a la niña y
 merced a sus poderes entró en su mente.
“Reinaba la alegría, una caravana de carromatos bajo un cielo 
esplendido, donde habitaba la cordialidad y el buen humor. Luego aquel 
cielo se oscurecía y el batir de poderosas alas lo llenaba todo. Fuego y
 gritos, horror y muerte. La suerte la salvó al quedar debajo de un 
cadáver, el de su propia madre, desgarrado por los dragones atacantes. 
Después, desolación y una enorme tristeza, furia y congoja reunidas, 
hambre, incertidumbre y un camino hacia ninguna parte. Al final, la 
cueva donde ellas vivían, donde siempre habían tenido su cobijo”. 
—¿Qué quieres hacer con ella? —dijo más calmada, consciente de la epopeya que la pequeña humana había sufrido.
—Quiero que se quede aquí y cuidarla. Enseñarle que nuestra raza es 
mucho más que un sinónimo de terror y destrucción. Qué nos ayude a 
combatir contra aquellos de los nuestros y de los suyos que provocan 
este odio absurdo.
—Que una humana aprenda algo no cambiará gran cosa.
—Todo debe tener un principio, madre. —Casta gimió, estaba a punto de abrir sus ojos de nuevo.
—Espero que mi sabía hija esté en lo cierto. —La forma de la poderosa 
dragona cambió, convirtiéndose en una mujer de cabellos plateados. 
Seguía poseyendo una altiva figura, pero esperaba que así Casta la 
pudiera aceptar en mayor grado. La niña las miró. La duda y el miedo la 
acompañaban, pero la fiebre dominaba su cuerpo e incapacitaba cualquier 
acción apresurada.
—¿Quién eres? —preguntó temblorosa la pequeña humana a la extraña mujer que acompañaba a Anca.
—Soy Glaurungfag...
—Glaur, mi madre se llama Glaur —interrumpió Anca, conocedora de que, 
por el momento, sus nombres abreviados eran demasiado complejos para la 
joven humana—. No temas, estas a salvo. Nosotras cuidaremos de ti, este 
será tu hogar ahora.
—Mi hogar...
—Sí, nuestro hogar —habló Glaur con tono acogedor. Anca miró a su madre.
 El futuro estaba lleno de incertidumbres y nadie podía predecir si su 
intento sería afortunado. Lo que si sabían era que podría significar el 
comienzo de algo nuevo. El comienzo de un nuevo principio. El comienzo 
de la esperanza.
 
Felicidades Leosinprisa:
ResponderBorrarTu cuento es muy bonito y además está muy bien escrito. Hay que “saber tener la suerte” de rodearnos de dragones empáticos capaces de construir la paz partiendo del perdón si es necesario. Su sabiduría consiste en la generosidad de adaptarse incluso a la menor inteligencia y vileza de sus oponentes. En ocasiones son acusados de “buenismo”, esa maldita palabra con la que los más tontos intentan ridiculizar a los bienintencionados.
No he encontrado defectos en tu escrito, quizá un exceso de “de” en el siguiente párrafo:
“Anca conocía (de) la dificultad de engañar a su madre. (De hecho), sabía que no podría hacerlo, tal era la suprema inteligencia de la que siempre hacía gala y su peculiar tono al hablar delataba que conocía (de) su secreto”. Eliminar algunos no modificaría el significado del texto.
Saludos
Hola Leosinprisa:
ResponderBorrarMe gustan tus descripciones, me gusta la idea más que subyacente, evidente, de la historia. Quizá, sobre todo hacia el final, un poco demasiado explícito. Los nombres de los personajes son fantásticos.
Un abrazo
Buenas, Leosinprisa.
ResponderBorrarMe ha gustado tu relato. Creo que está muy bien escrito y llevado. Y el mensaje que lleva implícito me parece fantástico.
¡Un saludo!
IreneR
Hola Leosinpreisa, te devuelvo la visita :) a mi relato #16 !Te digo la verdad, lo vi¡
ResponderBorrarMe gustó tu relato que aporta mensaje. Es entretenido y fácil de leer.
Nos seguimos leyendo.
(¯`•¸•´¯)YOLI(¯`•¸•´¯)
Hola, soy Cualquiera. Esta cueva del dragón ha dado buena cosecha de cuentos infantiles. El tuyo tiene el tono del cuento infantil pero la factura de una buena prosa madura. La atmósfera es perfectamente visual, y la historia te conduce a comba de diálogo. Pero como los buenos cuentos infantiles, trata siempre de algo más que de una simple fábula. Es una historia de rencores y reconciliaciones, del encuentro de dos mundos que se ajustan, en tres voces que se hablan, para poder vivir en comunión. Me gusta mucho el personaje de la niña dragona, y todo el proceso de intromisión en la cueva. Muy bonito tu cuento, te felicito.
ResponderBorrarpara poder vivir en comunión. Es muy bonito tu cuento. Te felicito.
Saludos Leosinprisa:
ResponderBorrarCuando volví a ver tu texto, me pareció más extenso de los que había leído esta noche; sin embargo su lectura se me hizo corta.
Iniciaré con los mejorables: ya te han mencionado algunos, como esos "de". Se aconseja no repetir palabras en frases o párrafos, sobre todo si están muy seguidos. Como no puedo escribir todo el texto, te marco el inicio de la frase para que sepas en donde buscar:
>> "Los ojos amarillos*, grandes...", --> repites: seres y como.
>> "La niña caminaba...", --> repites: viento y para.
>> "Los dos ojos amarillos, contemplaron...", repites: "ojos amarillos*", como, humana y forma.
>> "Casta, pues ese era el nombre...", repites: niña.
>> "Anca, sonrió, aunque a ella...", repites: ella, y como.
>> "Los poderosos pasos...", repites: unos, como, también.
>> "Anca conocía la dificultad...", repites: conocía.
>> "La ancentral dragona...", repites: fuego.
>> "Tampoco merece tu rencor...", repites: como.
>> "Reinaba la alegría...", repites: cielo y donde.
>> "Espero que mi hija esté en lo cierto...", repites: pero.
>> "Sí, nuestro hogar...", repites: comienzo y nuevo.
Si buscas con el F3, las palabras que repites más son: niña (nueve veces), "como" (adverbio relativo, catorce veces), y luego tienes la frase completa de "ojos amarillos" u "ojos" (diez veces). Siendo un texto tan corto, debes confiar que el lector ya conoce la descripción de tales ojos. (Publiqué este mes, como "describir a tus personajes"). Se recomienda no hacer descripciones de continúo o muy detalladas en textos cortos. Siempre vigila que no abuses de una palabra X, lo usual es usarlas como muletas, cuando se pueden sustituir por sinónimos o alterar la frase.
También en esta frase: "conocedora de que, ...", hay dos errores. Cuando se usa el "que" (conjunción) se debe evitar la coma cuando la frase tiene sentido consecutivo. Asimismo, el "de" sobra, debido a que es un error escribir: conocer de, o sus variantes. Lo correcto sería:
—Glaur, mi madre se llama Glaur —interrumpió Anca, conocedora que por el momento, sus nombres...
Tienes el mismo error en las frases:
Anca conocía de la dificultad --> Anca conocía la dificultad...
...hablar delataba que conocía de su secreto.--> conocía su secreto.
En la frase: "los réptiles que su padre cazaba." Pese a que está tan extendido, y lo vemos como normal. El idioma español lo considera un quesuismo, por lo que debe sustituirse por: cuya/cuyo. Sería entonces:
"los réptiles cuyo padre cazaba".
Me ha gustado la historia, creo que encaja muy bien como escena, ya que la misma puede extenderse a una escena previa, o posterior para continuar la trama.
Me quedo aquí porque luego la casilla me rechaza tanta palabrería. ¡Nos leemos!