Debo confesarles algo. Espero que comprendan mi  situación. Debo 
encontrar la verdad, una respuesta certera a una duda fundamental que 
tengo desde hace años. La pregunta clave es: ¿Hoy, existen los dragones?
 o ¿Es hoy solo el mito originario de pueblos muy antiguos, de distintas
 regiones del mundo? De las respuestas que encuentre, dependerá mi 
realidad actual. Cada día que pasa, me siento más aislado de todo, menos
 apreciado por la gente qué hasta comencé a sospechar haber perdido 
consideración y peso sobre el resto de la población o que se van 
restando seguidores y que ya muy pocos confían en mí. Igual me sucede 
con los dra-gones.
Debo reaccionar y para eso, constatar fehacientemente la existencia real
 de dragones, de cualquier especie, tamaño, forma, con plumas o sin 
ellas, que lancen fuego por sus fauces o no, con garras enormes o 
pequeñas. En fin, dragones reales, vivos.
Estoy frente a una cueva de dragones descubierta hace tan solo unos dos 
meses por tres espeleólogos famosos y confiables. La boca de entrada, en
 una de las enormes rocas de la montaña Creatón, en el oeste de la 
región occidental de Mutremba, es grande, de forma casi triangular, tal 
es así que entro parado, con comodidad. La humedad en el ambiente es 
bastante agobiante, pero el piso o sendero por donde camino es parejo, 
algo polvoriento, pero fácilmente accesible. Las paredes rocosas, muy 
desparejas, con sobresalientes peligrosos me obligan a avanzar con 
precauciones. Evidentemente hay algunas grietas en lo alto que permiten 
el ingre-so de poca luz, pero suficiente para no tener que utilizar la 
linterna que llevo en mi bolso. Avan-zo atento en busca de señales, 
rastros o indicios básicos. Debo encontrarlos y asegurarme que valen 
como pruebas de la existencia de estos, mis animales. 
Ya es casi medio día y solo hallé algunos dibujos rupestres, borrosos, 
casi ilegibles co-mo para concluir algo. No parecen representar 
dragones. Prosigo mi marcha en la cueva que se va angostando, la 
oscuridad se presenta con más intensidad y un olor fétido la vuelve casi
 irrespirable. Avanzo temeroso, entro en una zona cálida, muy cálida. No
 hay fuego, no veo dra-gones con las fauces en llamas. No encuentro 
rastros de pisadas recientes de ningún tipo. Más allá, a unos diez 
metros, detecto una claridad sospechosa, llego y encuentro una 
bifurcación: hay dos caminos angostos, tomo el de la derecha y debo 
bajar un poco la cabeza al caminar. «Si hay dragones, son pequeños en 
altura, tal vez sean reptiles emplumados o con gruesas escamas rígidas, 
de colores. Espero tener suerte y poder responder mi pregunta esencial»,
 pienso mientras alumbro las paredes para no lastimarme. El olor 
desapareció pero no la hume-dad que es insoportable. La alegría me 
invade al encontrar, entre piedras informes, tres plumas grises, 
enormes. «Son de un dragón alado», grito eufórico y el eco me responde: 
lado, lado, lado. Feliz, busco más plumas, por todos lados, pero 
aquellas son las únicas. Entonces le pre-gunto a la cueva «¿Hoy, viven, 
existen los dragones?», y escucho con poca nitidez: ones, ones, ones. 
Vuelvo a gritarle a las paredes. «¿Dónde los encuentro?», y escucho: 
entro…, en-tro…, entro y consulto: «¿Adentro?», pero el silencio es 
total. No comprendo esa negativa de ayuda. Avanzo, busco dragones, 
señales de ellos. Ya agotado y desilusionado, con  los restos de luz de 
mi linterna, alcanzo a descubrir unos dibujos de una serpiente enorme, 
larga, gruesa, ondulante, con fuego en la boca, y una inscripción que 
pareciera en idioma chino, aunque muy borrosa. «¡Es el dibujo de un 
dragón actual, porque la pintura parece fresca, nueva. ¡Es solo un 
dibujo!», deduzco apesadumbrado y prosigo, ya con pocas fuerzas y muchas
 dudas. Llego al final de ese túnel, del camino de la derecha y decido 
regresar, ante el fracaso y la poca energía ya disponible en la 
linterna. 
Camino presuroso, sin haber encontrado pruebas contundentes sobre 
dragones vivos, esas señales tan esenciales para mi futuro. Ya en la 
boca de entrada, noto que afuera reina la penumbra de un atardecer 
triste como yo. Solo una brisa suave y fresca, indica vida y eso me 
reconforta, pero no llega a anular mi pesimismo. Sigo inquieto al no 
saber, no haber hallado la respuesta buscada y por lo tanto dudo si aún 
podré mantener la vigencia de mis seguidores, de los numerosos acólitos y
 feligreses devotos que confíen en mí cómo Dragomian, el  Dios de los 
dragones. Sin ellos, no soy nadie, no soy Dragomian. 
Si encontrara dragones vivos, mantendría mi vigencia divina, mis poderes
 e influencia sobre ellos y sus actividades. Busco a seres fabulosos con
 figuras de serpientes corpulentas, garras de león y alas de águila, muy
 feroces, que echan fuego por la boca. También animales enormes con 
escamas, cuernos, dos alas o más, dos o cuatro patas y una cola. Pueden 
ser de apariencia serpentina, pero mezclada con características de otros
 seres vivos. Deben desem-peñarse  como guardianes, o saberse monstruos y
 poderosos enemigos. Deben poseer cuali-dades positivas como una gran 
sabiduría y conocimientos, pero también defectos, como avari-cias y 
codicias insaciables que los conducirán a devastar campos, poblaciones y
 así obtener gigantescos tesoros, que compartirán con migo. 
Los podría dirigir en sus actuaciones de maldades, beneficios o 
solidaridades. Hoy, sin la seguridad de sus presencias y tal vez sin 
dragones devotos que me respeten, soy apenas un simple humano más, un 
explorador. Me niego a ser solo eso y en un futuro próximo, un simple 
recuerdo mitológico, a través de descoloridos dibujos alegóricos a mi 
antigua existencia.
No me doy por vencido, iré en busca de reales y certificadas pruebas 
contundentes de la existencia de ellos, exploraré en bosques, en cielos y
 nuevas cuevas de dragones, para no pa-sar al olvido. Pronto les contaré
 las novedades sobre mi permanencia divina cómo Dragomian. Solo les pido
 paciencia, que por favor, me esperen. Lo haré, pronto, antes de dejar 
de existir como divinidad.
 
Saludos, Amadeo:
ResponderBorrarTu relato me parece una introducción o reflexión de este protagonista, que de alguna manera, necesita de los dragones para confirmar su propia existencia, por lo que me parece un acierto a un giro bastante original en este tema.
Sobre las mejoras al texto, hay algunas frases que son demasiado largas. La regla es que no sobrepasen las veinte palabras. Y he encontrado algunas con hasta cuarenta y cinco. Esto puede volver la lectura confusa y/o cansada. Revisa tus frases entre punto y punto para que las descubras.
En la frase: "Evidentemente hay algunas grietas...", después de "Evidente", se aconseja utilizar una coma: "Evidentemente, hay algunas grietas..."
También he notado, no sé la razón del error, hay palabras a lo largo del texto, separadas con un guion corto:Avan-zo, ingre-so, en-tro, etc. Creo que se debe al procesador de texto que usaste, y que por alguna razón (durante la maquetación) te separó las palabras. Debes fijarte cuando envíes tus textos que esos errores no se trasladen al formulario, ya que la distribución de palabras es distinta.
También debes fijarte en la puntuación que usas. Hay en muchas frases, demasiadas comas, volviendo la lectura lenta. A veces creemos que la coma nos ayuda a enfatizar una idea; pero si la misma tiene la potencia, no necesita de esas pausas. Evíta usar excesos de comas, para mí fue el mejor consejo que recibí yo misma.
Por lo demás, creo que esta escena puede corresponder a algo más extenso, como lo promete la misma. ¡Nos leemos!